449. Doble personalidad

7 de marzo de 2025 | Marzo 2025

David no tenía amigos. Elegía un bar, siempre con barra para sentarse —la mesa, para él solo, le resultaba delatora—, y empezaba a mezclar bebidas alcohólicas, una atrás de otra. Por lo general, también, alguna droga: marihuana, cocaína o pastillas. Una vez que estaba puesto, la mano se le iba sola al bolsillo. Ahí, siempre escondida, la máscara de su padre.

Payaso de alma y oficio, aunque debió ejercer como traumatólogo durante varios años, Ludovico, padre de David, animaba fiestas infantiles casi todos los fines de semana. El payaseo era su pasión y, después de los cincuenta y dos, cuando dejó el hospital, su fuente de ingresos más importante.

Ludovico se armaba su traje, accesorios y herramientas. Tenía, como todo buen payaso, un atuendo favorito. El suyo era el traje verde, la máscara gris y la peluca azul.

La máscara estaba hecha sobre una media de mujer, cerrada arriba, con una costura prolija. Pintada de gris de punta a punta, con dos pequeños agujeros en los ojos, coloreados alrededor, y una sonrisa brillante. La boca, dibujada como en medio de un grito, también tenía un agujero que se acomodaba a los movimientos del intérprete.

Cada vez que David la acariciaba en su bolsillo, aunque ni siquiera él lo supiera, algo estaba por suceder.

Ludovico era el payaso más feliz del mundo. Pero, cuando el espectáculo terminaba, sus sonrisas desaparecían, dejando apenas un rastro marcado a los costados de las comisuras de los labios. Por eso David, cuando era chico, lo acompañaba a sus presentaciones. Para conocerlo.

Muerto hacía poco tiempo, Ludovico le había dado la máscara gris a su hijo en un último acto de amor, quizás el único en toda su vida. David había amado toda su vida a un padre que jamás le había devuelto el cariño hasta ese acto.

Los dedos frotaban la tela dos, tres veces. Con eso alcanzaba. David salía del bar sin pagar en cuanto el personal se distraía, se ponía la máscara y empezaba a caminar por el barrio.

Solía buscar víctimas puntuales: linyeras, trapitos, cirujas. Pero, si no las encontraba rápido, se mandaba contra cualquier chico más joven que él que anduviera solo por la calle.

Para cuando las víctimas se daban cuenta que la máscara estaba vieja, derruida y con un aspecto terrorífico, él ya tenía empuñadas las manoplas de metal y no tardaba en iniciar una lluvia de golpes sobre el cuerpo de su rival.

En un principio, trascendió entre rumores y videos perdidos como un defensor de los barrios de gente bien, como un héroe que combatía a delincuentes. No tardaron en aparecer videos que captaban todo su accionar y lo mostraban como un monstruo que golpeaba inocentes sin motivo.

Una noche, David no se percató de que estaba arruinándole la cara a piñas a un muchacho a la vuelta de una comisaría. De tanto escándalo, lo detuvieron y procesaron por todos los hechos que habían trascendido en redes.

Cuando se le tomó la declaración y se le exhibieron los videos, David, sobrio, no se reconoció. Dijo que no era él, que alguien debía estar tomando su imagen para perjudicarlo, creando videos con inteligencia artificial.

La justicia consideró que tenía una patología de salud mental, que no era consciente de lo que hacía y lo declaró inimputable. Suelto, y con una orden de tratamiento que no cumplía, David siguió transformándose en Ludovico las noches de alcohol y drogas.

Compartí este pasquín

¿Querés recibir un correo electrónico con los pasquines que se publican en el blog?

Suscribite completando tu nombre y correo electrónico.

Loading

Importante: Te va a llegar un email que tenés que abrir para confirmar tu correo.