448. Chanta

5 de marzo de 2025 | Marzo 2025

Atado de pies y manos en la parte de atrás de la Renault Trafic blanca, modelo 2001, sobre lo que quizás, en algún momento, hubiera sido una cama de alambre rústica, hecha a mano, ahora oxidada y con algunas partes rotas, que se le clavaban en la carne, Luis pedía a gritos ayuda. Había despertado ahí sin memoria reciente.

No veía lo que había afuera. Las únicas ventanas estaban en la parte de atrás y tenían pegados unos papeles opacos, que apenas dejaban entrar la luz, pero no permitían ver lo que había al otro lado.

No podía asegurarlo, pero no tardó en sospechar que su plan de estafar durante un mes y medio a todos los clientes, cambiando apenas los repuestos visibles de los autos, y luego incendiar el taller, cobrar el seguro y mudarse al norte, había salido mal.

Había promocionado precios especiales por redes, cosa de juntar más trabajo y, en eso sí, había tenido éxito. Tantos coches tenía para trabajar que no entraban en el taller, así que los había estacionado a lo largo de la cuadra. Y, para que pareciera que trabajaba, se quedaba abierto de ocho de la mañana a nueve de la noche.

Después de una hora de gritos y llanto, por fin, escuchó una voz, la puerta trasera de la Trafic se abrió y apreció un pelado gigante.

 —Por favor, ayuda —imploró Luis, con hilos de saliva cruzados entre sus labios.

—Buenas tardes, hijo de puta. Por fin despertaste —dijo el pelado, desde la puerta de la Trafic—. ¿Te acordás de Luján? ¿La señora del Ford Ka? Mi viejita. Yo le decía que te pidiera las partes viejas que, supuestamente, cambiabas. Pero ella igual confiaba en vos. Decía “Luis es el mejor, no me caga”.

El pelado subió a la camioneta y le agarró fuerte los huevos a Luis.

—No le cambiaste los frenos que ella te pidió, soretito. Se fue de viaje con una amiga y no llegó a destino por tu culpa. Cuando se lo entregaste yo me sorprendí de lo rápido que lo hiciste. Con tanto laburo que se te veía, lo entregaste de un día para el otro…

—Por favor, por favor —llegó a murmurar Luis después de intentar hablar sin éxito por el dolor de huevos.

—El mecánico más rápido de toda zona oeste, ¡y con un solo ayudante! Qué laburante este Luis.

—Te doy to… todo. Guita.

—¿Guita? No… yo no quiero guita. Quiero a mi vieja. Pero como ya no me la podés devolver, y a la tuya no la quiero, me conseguí a tu hermano.

El pelado soltó los huevos, se corrió a un costado y señaló afuera de la camioneta. Luis vio a su hermano menor, atado a una silla, amordazado y desvanecido. Detrás de él, la pared del taller, con sus herramientas colgadas.

—Le voy a cambiar a él todo lo que a mí me parezca que está viejo —dijo el pelado y acercó su boca a la oreja de Luis—. Y te prometo que yo sí cumplo.

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