445. Detective

1 de marzo de 2025 | Febrero 2025

El cigarrillo, siempre encendido, aunque el cardiólogo le había dicho, en su última visita a la unidad coronaria, que se había sacado la sortija de esta calesita que es la vida, y que le quedaba una vuelta más. “Solo una”, con el índice de su mano izquierda apuntando al techo, en un último intento de que Salvador Bocián, su paciente y casi amigo, se cuidara.

Salvador no podía. El cigarrillo lo acompañaba desde antes que se dedicara a la investigación privada, hacía ya unos cuarenta años. Incluso más que su esposa Silvia, que intentaba ayudarlo como podía, más allá de encargarse de las tareas domésticas.

A Salvador le había llegado el trabajo de su vida: la Oficina Anticorrupción le había mandado a investigar el tema más que más aquejaba al presidente.

Le venía pésimo que el motor de su Fiat 147, modelo 88, hubiera muerto sorpresivamente dos días atrás, para complicarle la movilidad aún más que la obesidad, que le dificultaba entrar entre el asiento y el volante. Es cierto que el auto entraba y salía del taller más que otra cosa, pero el motor era lo único que nunca se le había quejado.

Pidió un anticipo para costear los remises que lo buscaran en su casa, en El Palomar, al fondo. Pero la Oficina Anticorrupción le dijo que no había plata para eso. Tenía que bancarse él.

—¡Sil! —gritó Salvador desde la mesa, frente a diarios arremolinados y algunas fotos que le habían alcanzado desde presidencia. Como no tuvo respuesta, repitió—. ¡Silvia, vení!

—¿Qué pasa, gordo? —se asomó ella desde la cocina, con las manos llenas de pan rallado y huevo, y un cigarrillo entre los dedos—. Estoy preparando las milanesas.

—Ayudame con la búsqueda. Los diarios ocultan la inofrmación, tiene que estar como encriptada —contestó Salvador sin levantar la vista.

—¿De la libra no dicen nada? ¿Y si buscás en la computadora?

—La vendí para pagar el arreglo del auto. Y esto es lo de Conan. Dónde está Conan me mandaron a buscar —dijo Salvador y le dio una pitada al cigarro, haciéndole caer la ceniza vieja.

—¿Vendiste la computadora que le dieron en el colegio a Melina para esto, gordo, me estás jodiendo? —se quejó Silvia.

Justo en ese momento, el corazón de Salvador se estrujó en un dolor intenso. Fueron duros minutos hasta que Silvia se rindió y desistió de sus intentos de recuperarlo.

Unas semanas más tarde, cuando encontró un papel con un número de teléfono, Silvia se comunicó con la Oficina Anticorrupción para avisar que la búsqueda de Conan no continuaría.

Un funcionario le contestó que no había ninguna búsqueda sobre el perro, que vivía feliz en la Quinta de Olivos. Sin embargo, apenas cortó, abrió el expediente de la criptomoneda y la estafa presidencial y lo actualizó con las últimas novedades: escribió «no hay pruebas. Fin de la investigación».

Compartí este pasquín

¿Querés recibir un correo electrónico con los pasquines que se publican en el blog?

Suscribite completando tu nombre y correo electrónico.

Loading

Importante: Te va a llegar un email que tenés que abrir para confirmar tu correo.