Ya había estado casi dos años en una relación con Rosita, un maniquí, al que le puse ese nombre porque tenía el pelo de ese color. Una relación hermosa, con mucho sexo, lo hacíamos varias veces por día. E incluso, como ella no era celosa, hubo noches de lujuria donde alquilé dos (¡y hasta tres!) maniquíes más. Fue, casi sin dudas, el vínculo más sano que tuve.
Pero, como toda relación, llega un momento que se gasta, que ya no convence, no sacia tanto. Fue ahí cuando me di cuenta de que estaba listo para sumergirme en flujos vaginales reales, para tocar culos más blandos y chupar tetas sin riesgo de, por la emoción de una mordedura, terminar en el dentista.
Me bajé la aplicación indicada para la fantasía que me atrapaba en aquel momento: quería una dominatriz.
No esperaba nada del otro mundo, una dominación sexual clásica, quizás con algunos de esos juguetes que andan ahora y ropa de látex. Hasta me entusiasmaba la idea de una humillación pública.
Lo que deseaba era dejar de masturbarme con mis pensamientos. Rosita no servía para dominarme. Lo intenté varias veces, pero ella no era muy dinámica.
En la aplicación conocí a la Gringa Tramposa. Le Gringa porque le gustaba coger en inglés. Yo estaba fascinado. Nunca había cogido en inglés con nadie. Bitch, pussy, oh, yeah… de solo pensarlo ya me calentaba.
Nuestro primer encuentro fue en mi departamento. Ni bien llegó, me puse a disposición de la Gringa y lo que ella quisiera. Ya tenía preparada la cama llena de pétalos de rosas.
—Servime cerveza o te agarro de los huevos —ordenó la Gringa.
Me fui corriendo a la cocina, abrí una lata, la serví en un vaso y volví tan rápido como pude a llevársela.
Miró la birra con desprecio y la misma mirada me lanzó a mí. Esperaba que me felicitara como esclavo, pero no lo hizo.
Después de ahí, ella quedó como desconectada de la situación, sin ánimo. Apenas si me contestaba. Y no me miraba.
Yo tenía una tanga de cuero puesta como sorpresa. Estaba ansioso por el momento en que me desnudara. Pero ella no parecía estar en esa sintonía. Pasó media hora hasta que volvió a conectar:
—Traeme más o te rompo el culo con un dildo —dijo la Gringa con los dientes apretados.
Salí corriendo rápido a buscar más cerveza. Cuando volví al living, ella ya estaba juntando sus cosas.
—¿Te vas? —pregunté, decepcionado.
—Sí. No entendés el juego. Si obedecés todo no sirve, porque no te puedo castigar. Y encima querés que te castigue, sin desafío, porque sí. Es aburrido pegarle a alguien que lo desea. ¿Sabés qué? Vamos a hacer lo siguiente: me vas a depositar cien mil pesos por mes o… —y se quedó pensando.
—¿O qué? —pregunté.
—Nada. No hace falta. Lo vas a hacer igual, por buen esclavo —fue lo último que dijo y salió del departamento. No tardé en transferirle y mandarle el comprobante, el mismo que usé para hacerme la paja.
