435. Preferido

19 de febrero de 2025 | Febrero 2025

Estábamos los dos, mi hermano Marcos y yo, él de once y yo de nueve en ese momento, tirando huevos por encima de la medianera a la casa del vecino, cuando mamá nos vio. Me acuerdo de verla, paralizado, cuando se acercó corriendo y gritando, y mirándome solo a mí. Todavía puedo sentir el crack de mis dedos índice y mayor cuando los quebró con su mano. Y a Marcos, nada.

Siempre fue así. Ella siempre me retó a mí, aunque las cagadas que hacíamos juntos, casi todas, se le ocurrían a él. Tenía más años que yo, más tiempo en el mundo para pensar o idear travesuras. Y yo, como hermano menor, lo seguía.

El tiempo pasó, pero la dinámica no cambió: yo castigado y Marcos casi siempre librado de culpas. Cuando dejamos de ser adolescentes, me criticaba por todo.

A pesar de eso, puedo asegurar que yo la amaba. Silvina se llamaba. Una mujer hermosa, de rasgos suaves. Todo lo contrario a su carácter. Duro, impiadoso, crudo. A mí no me sonreía. Yo solamente veía esos enormes ojos grises, profundos, siempre serios.

Las veces que sonrió, fue con Marcos. Pocas veces. Pero igual, algo de él lo lograba. Mío, no. No logré hacerla feliz. A mí me daba envidia. Quería ese poder, esa magia para encandilarla y hacerla sonreír.

Las pocas veces que lo conté tuve respuestas prefabricadas: me dijeron que las madres siempre aman más al mayor tanto como que las madres suelen preferir al menor.

En realidad, las madres no prefieren a ninguno. O sí, pero no tiene nada que ver con quién nació primero y quién no. Lo pude entender mucho tiempo después. Incluso la interrogué:

—Es que cuando lo veo a él, lo veo a tu padre. Es igual —me confesó, como para dejarme tranquilo.

No era eso. O, al menos, no me parece. Los dos somos bastante parecidos entre nosotros. ¿Por qué no vería a papá en mí? En el momento no le contesté nada, no me animé a indagar más.

Marcos llevaba mucho tiempo haciendo lo que quería con ella. Podía pedirle la Luna y ella intentaría bajarla para él. Lo justificaba, lo cuidaba.

Y un día, dicen los peritos que no hubo otro motivo que las ganas de Marcos de hacerlo, él entró en la casa donde nos habíamos criado, fue hasta la habitación de mamá y la mató a golpes. Después se escapó.

Ella pedía ayuda, a gritos, entre golpe y golpe. Hasta creo que reclamó por mí, aunque ella no sabía que yo estaba en la cocina, escuchando todo.

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