430. Liquidación

14 de febrero de 2025 | Febrero 2025

El living de la casa chorizo pasó de estar prácticamente vacío, un velorio reservado, a parecer la despedida de la figura más importante de la vida de la ciudad en los últimos años. La diferencia entre un momento y otro se dio gracias a la participación de Carlota. ¿Quién si no ella para difundir que en el velorio de Eduardo Masferrer su esposa Angélica vendía sus pertenencias?

Era viernes a la tarde. Hubo gente que salió más temprano del trabajo —la panadería de José ni siquiera abrió a la tarde— para poder ir al velorio y ver qué se podía comprar. Es que claro, un coleccionista tan importante… La vida de la ciudad estaba entera ahí, en la memoria y los objetos preciados de Masferrer.

—¡Qué tragedia, querida Angélica, por el amor de Dios! —saludó Rubén, el chapista del pueblo.

—Verdaderamente terrible, Rubén. Terrible. Me sacaron a Eduardo —y fingió un llanto que no tuvo lágrimas ni una duración que le diera credibilidad.

—¿Lo mataron? —preguntó Rubén, que ya sabía, con lujo de detalle, del accidente, y que Angélica, en lugar de llamar a la ambulancia, se había quedado ahí, al lado, hasta que se murió.

—Sí. Fueron unos sinvergüenzas que parece que trabajan en una estancia acá por la ruta. Los tienen filmados…

—Qué hijos de puta, Angélica… Te acompaño el sentimiento —se comió alguna palabra Rubén—. Me dijeron que estás vendiendo acá las cosas de él como para poder bancarte.

—Sí, estamos haciendo eso con las nenas, porque, si no, es imposible.

—Él justo tenía una balanza que era del almacén de mi viejo, ¿te acordás de cuando tenía el almacén?

—Sí, tomá. Acá está el precio… —contestó Angélica eligiéndola entre una maraña de cosas sobre una mesa.

Justo en ese momento irrumpieron en el living los hermanos Leonardo y Rafael Ramallo, dueños de la estancia. El living quedó sumergido en un silencio total.

—Angélica Zuliani —se acercó Rafael y la abrazó—. Lamento mucho la muerte de Eduardo. Sé que los hombres que lo hicieron la van a pagar muy caro —hablaba fuerte, para que todos escucharan—. A modo de recompensa, nosotros le vamos a comprar todas las pertenencias de Eduardo.

—¿En serio? ¿Quieren todas estas porquerías viejas?

—Sí. Vamos a inaugurar el museo de la historia de la ciudad, que va a llevar el nombre de Eduardo. Y vos vas a tener entrada libre siempre, Angélica —contestó Leonardo.

—¡Pero qué maravilla! Muchas gracias por lo que hacen por mí.

—Usted ya hizo más por nosotros —contestó Rafael.

Y el velorio se terminó. Solamente quedaron los camiones de los hermanos Ramallo para llevarse las cosas.

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