Sharon era la hija del vocero presidencial. Tenía catorce años y hacía cinco que sabía quién era, a escondidas. Solamente dos amigas sabían que era lesbiana. Para no dejar lugar a dudas, ella hablaba entusiasmada sobre chicos que no le atraían. Ya se había besado con tres; pura fachada. Ese día, después de ver a su padre enojado y nervioso, se sinceró:
—Pa —se acercó lento, dando respiraciones profundas para calmarse, al vocero presidencial, que miraba TikTok en el sillón—. ¿Te puedo hablar un segundo?
—Sí, Shar, vení —contestó él sin mirarla y le marcó un lugar en el sillón con la palma de la mano.
Ella se sentó, iba a esconder su mirada, pero no hacía falta, el vocero solamente miraba la pantalla.
—Soy… me gustan las chicas —dijo ella, y no pudo evitar ponerse colorada.
El vocero se petrificó un instante, la miró durante medio minuto como si se acabara de enterar de algo terrible. Recién entonces habló:
—Sharon, a tu edad es la única en la que me parece que la pedofilia no está mal. Pero lo que nunca puedo aceptar es que seas una kircho woke —sus ojos la miraban con desprecio.
—¿Qué? Pero no soy kircho woke, papá.
—Si todos los que fueron ahí son kircho woke, Sharon, no me boludees.
—Papá, yo soy liberal —dijo ella, fuerte, exagerada—. En la marcha había gente de todo tipo. Fue Clari Romero.
—¿En serio? —contestó él, sorprendido de que la hija de su amigo, de cuna radical, hubiera ido—. Entonces, quizás haya una chance para que no te eche de casa. Tengo que hacerte un interrogatorio.
—Lo que quieras, pa. De verdad —contestó ella, asintiendo seria, jugándose el amor de su padre.
—¿Quién es el mejor prócer? —preguntó el vocero.
—Alberti… Di. Alberdi, digo.
—Bien… casi fallás. Concentrate para la próxima —advirtió el vocero apuntándola con la frente—. ¿Pensás que el resto tiene que bancarte por tener una discapacidad?
—No. Yo me tengo que hacer cargo de mi elección —contestó Sharon.
—Perfecto, hija, perfecto… ¿Y entregarías a una lesbiana para salvar el país? —preguntó el vocero con la cabeza de costado.
Sharon pensó la pregunta unos segundos. Finalmente, y aún con dudas sobre qué quería decir “entregar” en esa oración, contestó:
—Sí.
Entonces, el vocero vio, en lo profundo de los ojos de su hija, que ella también era como él, y la abrazó.
