406. Atención discriminada

20 de enero de 2025 | Enero 2025

Se me habrá notado más amargo que el mate esa mañana, que todavía estaba fresco y no había empezado el calor fuerte. Yo venía de mover el ganado para el lado del arroyo, que estaba el pasto más alto, y me mandaba a revisar las cosechadoras de grano, cuando, en la galería, me lo crucé a mi patrón, don Miguel, el dueño de la estancia. Yo ya trabajaba ahí para su padre, Cirilo, antes de que muriera.

—¿Qué le anda pasando, Isidoro, que lo veo todo pachucho? Está como el pulgoso ese —dijo y señaló al perro.

—Sí, don Miguel, pasa que… mi señora está enferma y los de la clínica me dicen que no tengo más… que no me dan el servicio.

—¿La Rosario? Pero qué cagada, mi viejo —contestó preocupado y sacó su celular—. Mirá, te paso un teléfono de un amigo que él me maneja todo. Cualquier problema lo llamo, atiende en el momento y me resuelve, vos llamalo y decile que… lo que pasa —y agitaba en el aire la mano que no tenía el teléfono.

—Muchas gracias, don Miguel. No se imagina lo que es para mí —le agradecí porque una cosa así no se hace por cualquiera.

Y yo le llamé al número, un tal Marcelo era. Y me atendió una vez. Me preguntó quién era yo, pero cuando le empecé a contar, se cortó la comunicación ahí nomás.

Volví a llamar. Apagado. Volví a llamar. Tono pero nunca me contestaba. Probé llamando todos los días de una semana, mientras mi señora empeoraba bastante rápido, aunque el hospital del pueblo le dio algo de atención, pero no vencía al bicho que tenía. El tono daba al principio y después ya no.

Me animé a decirle a don Miguel, pero me esquivó y me dijo algo de que su amigo estaba ocupado, que tenía asuntos… grandes o qué sé yo. Algo de eso, pero que con seguir intentando no perdía nada. Que a él siempre le atendía.

Me escondí esa tarde en la cocina de don Miguel, en el cuartito de limpieza. Yo sabía dónde dejaba su teléfono. En cuanto pude, lo busqué. No tenía clave, y entré. Marqué el teléfono de este tal Marcelo, el amigo, y atendió casi antes de que diera un tono.

Yo no esperaba que atienda, así que, en la sorpresa, me hice pasar por don Miguel. Y me habrá salido bastante bien. Dicen que los perros se parecen a sus dueños, debe ser que también el peón se parece al patrón en algunas cosas después de tanto tiempo de escucharle hablar.

Ni bien lo saludé y le pregunté cómo estaba, el tipo hablo de mí: «qué molesto este viejo de la señora enferma. ¿Tanto lío por la obra social? Lo tuve que bloquear». Y ahí me enteré que estaba bloqueado. Corté nomás y me fui al río, a pensar. A despedirme solo.

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