Estaba a punto de empezar la ejecución del perro de la familia de mi novia, Bobby (nombre de mierda si los hay), ahogándolo en la pelopincho del jardín de su casa ese verano en que sus viejos (los de Juli, mi novia) nos habían pedido que cuidáramos la casa mientras ellos se iban de viaje con Ulises, el hijo menor de la familia. Fue en ese exacto momento, yo ya tenía al perro agarrado y solo me faltaba sumergirlo, cuando, por algún motivo, me acordé de mi viejo acariciando a Unsha, el perro que teníamos cuando yo era chico, y lo tuve que volver a poner en el piso.
Habían pasado algunos meses desde que mi viejo se había muerto. Muy poco para un dolor tan grande. Encima joven, a los sesenta. Está bien, no era tan joven, pero no era viejo, aunque yo le dijera así.
La noche de su muerte, Juli y yo teníamos entradas para ir al Quilmes Rock. Las habíamos sacado con mucha anticipación porque ella tenía muchas ganas de ir a ver a Dante Spinetta conmigo, entre otras bandas que nos gustaban.
No sé qué onda con Dante Spinetta. Su viejo era crack total, y aunque Dante también hizo cosas buenas, tampoco es una locura, digo, dos o tres temas y ya. Para Juli era una fiesta ir a verlo y decía que la rompe toda.
La cuestión es que me llamó mi hermano esa la tarde y me dijo que a papá le había dado un ataque al corazón, que estaba en estado crítico y que era difícil que pudiera sobrevivir. Que tenía que ir al hospital tan rápido como pudiera.
Yo ya estaba preparándome para ir a buscarla a ella en ese momento. La llamé y, al borde de un ataque de nervios, miedo y no sé qué cosas más, le dije:
—Juli, me acaba de llamar Emi. A mi viejo le dio un paro cardíaco, una cosa así, me tengo que ir al hospital. No voy a poder ir al festival —estoy seguro de que sonaba compungido, casi llorando.
—Uy, mi amor, qué cagada, la concha de la lora. No te preocupes por mí. No pasa nada, otro día vamos a ver a Dante. Vos andá con tu familia tranquilo y, cualquier cosa, avisame qué onda —contestó ella.
Yo le corté el teléfono ahí nomás. «No te preocupes por mí» y la re concha de tu madre. Mi viejo se murió a la madrugada, ella leyó el mensaje recién a las nueve de la mañana del domingo. Solamente me preguntó cómo estaba mi viejo a las doce y media de la noche, cuando le dije que parecía estabilizarse su corazón. Falsa esperanza.
Y no es que recién nos conocíamos con Juli: llevábamos dos años saliendo. Desde ahí que mi amor por ella se fue mezclando con un montón de mierda. Decirle que no estuvo a la altura y que ella lo aceptara no me alcanzaba. Necesitaba algo más y, por algún motivo, cuando veía a Bobby me daban ganas de hacerle de todo. Y todo malo.
Así que empecé a planear una especie de venganza que resultara y fue justo ahí que los viejos de ella se fueron de viaje para dejarnos la casa a nosotros. Era el momento exacto, el ideal. El Bobby apenas si medía un tercio de la altura de la pelopincho. Con hundirlo un poco alcanzaba. Fue mi viejo y su aparición en mi mente lo que lo salvó. Y yo la mandé a la mierda a Juli ahí nomás. No la volví a ver.
