397. Todo al negro

11 de enero de 2025 | Enero 2025

El sol se colaba entre las nubes y las teñía de distintos tonos entre el rojo y el naranja antes de rebotar en el lago, mientras el casino, con sus luces artificiales de colores que emanaban las máquinas, se llenaba de clientes que se acercaban a jugar lo que habían reservado para las vacaciones. Sonaba la «dança do vampiro» y, desde una tarima, un animador con los abdominales exhibidos invitaba a las «solteronas» a subir al escenario a bailar.

Unos metros más al fondo, ya en el otro salón, el señor Fragua apostaba en la última ruleta, esa reservada para apuestas muy importantes. Un tipo rico que detestaba perder, incluso más que saberse cornudo, cosa que resolvía con venganzas pagándole a su esposa con la misma moneda. En cambio, la derrota en cualquier apuesta la sentía como un golpe al orgullo.

Solía ser fanático del fútbol, hasta que empezó a apostar por los resultados al punto de importarle más su dinero que su equipo. Incluso lamentaba una victoria por cuatro goles de diferencia si él se había jugado por una derrota uno a cero.

A Fragua le quedaban apenas tres fichas en la mesa de las que ya había cambiado. La tarde se le había hecho difícil y veía cientos de dólares de su bolsillo en manos del casino y otros jugadores.Ingeniero, experto en estadística y en manejo de probabilidades, Fragua se había vuelto una estrella nacional de la ruleta. Su entorno lo endiosaba por pegarle al número o al color con mayor facilidad que el resto.

Esa tarde, no. Había errado todas. «Cuatro seguidas negro, la próxima es rojo», resolvía y le jugaba. Y negro otra vez. Sus nervios y enojo aumentaban cada vez que la bola esquivaba sus apuestas.

Tenía muchos más dólares en el bolsillo para cambiar. Incluso podía sobornar al croupier como para que le apuntara a sus números, docenas, colores. Pero no quería, de tan enojado.

La mesa se había colmado de espectadores alrededor que sabían que él estaba jugando. Hacía años no se iba del casino con menos de lo que había ingresado, y ese día apostaba su reputación, que se transmitía por redes en vivo.

Levantaba y dejaba caer sus últimas tres fichas en el paño para calmarse los nervios. No le alcanzaba: mordía las uñas la otra mano. La estadística sugería apostar al negro. Casi no había margen de error. Puso las últimas en el negro. El croupier soltó la bola, que empezó a saltar entre los casilleros de la ruleta.

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