394. Los tres chanchitos

8 de enero de 2025 | Enero 2025

Cuando el negocio empezó a complicarse, la familia decidió dejar de llenar con alimento balanceado el cuenco del bosque del que se proveían la loba feroz y sus crías. A pesar de la insistencia de los hijos menores de la familia, el padre explicó que, de lo contrario, tendrían que despedir empleados y les enseñó que las personas son más importantes que los animales.

Lo que no sabían era que gracias a eso, las criaturas del bosque vivían en armonía. En particular, había tres chanchitos, cada uno en su casita construida con la herencia de su madre cerda, que eran felices porque no esperaban correr peligro.

La loba tenía hambre y ya no soportaba a sus lobeznos que se quejaban por la falta de alimento. No tuvo más opción que ir a cazar como solía hacerlo.

En primer lugar, la loba se acercó, sigilosa, a la casa del chanchito menor. Un ranchito pequeño, hecho de paja, simple. Había gastado el resto de la herencia en comprarse drogas y alcohol para divertirse. Entonces, ella, que había sido maratonista y cantante lírica, gracias a lo cual tenía muy buenos pulmones, comenzó a soplar y las pajas comenzaron a volar disparadas hacia el otro lado.

El chanchito, asustado, empezó a correr a toda velocidad hasta llegar a la casa de su hermano del medio, mientras la loba lo miraba tranquila, como si supiera que se amontonarían y, de esa manera, se garantizaría una buena comida.

La casa del segundo chanchito estaba hecha con unas maderas finas que no estaban en muy buen estado, pero con el resto de la herencia se había comprado un televisor enorme, que apenas entraba en el ranchito. Casi se cae el techo sobre los chanchitos cuando el menor entró a las corridas pidiendo auxilio.

La loba empezó a soplar. Al principio, la casa se tambaleó, pero no se desmoronó. Hizo falta un segundo soplido, un huracanado viento que emergió de entre sus dientes, y ahí sí, los chanchitos y el televisor se vieron expuestos.

Los chanchos corrieron al único refugio que les quedaba: la casa de su hermano mayor, que había usado la herencia de su madre para comprar ladrillos, mucho más resistentes que la paja y la madera, aunque no tenía ni tele ni drogas.

La loba, que había estudiado arquitectura dos años hasta que abandonó por el embarazo, notó que la construcción era deficiente. Con una pata, empujó una pared, y la casita se vino abajo en un instante.

—Me gasté todo en ladrillo, no me alcanzó para el cemento —explicó el chancho mayor a sus hermanos, que lo miraban exigiendo una explicación.

Un instante más tarde, otra pared más se vino abajo y, con ella, toda la casita del cerdito mayor.

La loba, con un aullido, convocó a sus crías para el gran banquete. Y colorín colorado, los lobos han morfado.

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