389. Un país feliz

2 de enero de 2025 | Enero 2025

No leí “Un mundo feliz” de Huxley, pero algo me contaron. Lo que me acuerdo es que en una sociedad del futuro, el sistema se mantenía con división de clases y que había algo así como una droga de la felicidad (sin los efectos secundarios negativos de las que tenemos en la actualidad) que tomaba gran parte de la población. Esa droga, la que les daba felicidad, era la clave del asunto.

El tema es que algún asesor del gobierno, que tampoco lo había leído, pero sí tenía mucho interés en nuevos métodos para dominar a la población, también había escuchado la historia. Y pataleó con su propuesta hasta que lo escucharon.

La nueva droga tenía que ser el celular. El setenta y cinco por ciento de las personas de más de diez años tenía celular según estadísticas de 2023. Y ya bastantes tenían desarrollada la adicción a esas pantallas.

El presidente, algo excitado de antemano con la posibilidad de dirigir las millones de mentes de su país, mandó a invertir una suma importantísima. Hasta trajeron científicos del exterior para investigar cómo lograrlo.

En apenas tres meses, se desarrolló un filtro en la pantalla, que ya venía programado desde el hardware, que liberaba cantidades exorbitantes de serotonina, dopamina y endorfina.

Como liebres encandiladas frente a las luces de un auto en la ruta, las personas perdían todas sus armas y se entregaban a ese placer en cada momento libre.

 Jacinto, de doce, que vivía con su familia en una casilla de chapa al fondo de Alejandro Korn, le conta a sus padres con lujo de detalles que había pasado toda la tarde comiendo el mejor helado del mundo mientras, en realidad, comía una nube de arroz.

Al mismo tiempo, Mario, un abuelo encerrado en un geriátrico, creía que viajaba por el mundo. De alguna manera, el filtro hacía sentir real lo placentero que mostraba la pantalla.

Los números de apoyo al gobierno se dispararon. El presidente había conquistado el fuego de la alegría para todos. El sistema funcionaba muy bien, apenas unos pocos no tenían la adicción: viejos sin celular, gente de campo y algún que otro bohemio perdido.

El gobierno disfrutó esa popularidad como nunca. Repartía gratis los celulares y las nubes de arroz y eso era todo lo que hacía falta para amasar fortunas.

Habrá durado cosa de un año y medio así. La gente estaba peor físicamente, mal nutrida, pero contenta. Hasta que, un día, una tormenta solar hizo caer todo el internet mundial y cincuenta millones de argentinos abstemios de su droga despertaron de la ficción.

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