Cada vez que nuestros viejos hacían algo juntos y no nos llevaban, cuando decían que iban al teatro, a visitar a nuestros abuelos en el pueblo, a algún cumpleaños lejano, o a una escapada a cualquier parte (de grande entendí que un poco se escapaban de nosotros), siempre nos dejaban a Facu y a mí al cuidado del tío Samuel. Odiábamos que viniera el tío Samuel.
Ni siquiera era tío, tío. Era, en realidad, algo así como el amigo de un primo de papá. Nunca entendí bien. Pero vivía cerca, y nuestros viejos le tenían confianza, o no había nadie más con quien dejarnos que no tuviera trabajo ni familia.
Lo peor eran esos fines de semana que se iban a la costa o al Tigre o qué sé yo. Con que durara varias horas, para ellos era suficiente con traer al tío Samuel a cuidarnos.
Ni bien se iban mis viejos y quedábamos con él, Samuel anunciaba a gritos los juegos que se venían. Para él era un juego dejarnos sin comer, o darnos poca comida, apenas como para probar, para “aprender a ser felices con poco”, nos decía el hijo de puta y nos daba apenas un bocado.
También nos obligaba a pelearnos entre nosotros para ver quién podía mirar la tele. El que perdía se tenía que quedar encerrado en la pieza.
Al principio, yo participaba de sus juegos e intentaba ganar para tener el premio y, por lo general, le ganaba a Facu en todo (le llevo casi cuatro años, aunque sea mujer, de chicos la edad pesa más). Pero, una vuelta, me acuerdo que estaba mirando la tele y vi que Samuel me miraba como si me quisiera coger. Yo tenía apenas catorce.
A partir de esa noche, empecé a dejarme derrotar en los juegos. Pero no tardé mucho en sentir culpa por dejarlo a Facu con Samuel.
Aprendí a sacarle la ficha cuando anunciaba los juegos. Me daba cuenta al toque de cómo venía la mano. Me quedó grabada su sonrisa. Siempre feliz en el momento de los anuncios, porque él sí tendría su momento de gloria.
Además nos amenazaba como para que no dijéramos nada, y nosotros le creíamos. Si vivía casi a la vuelta el hijo de puta. Tuve que aprender rápido a hacerme cargo de las cosas de la casa y de Facu como para que, cuando pudieron confiar en mí, no lo llamaran más.
