384. Ahí por Belgrano

28 de diciembre de 2024 | Diciembre 2024

Reina llevaba nueve meses trabajando en la casa de Ana Clara Ricciardi, como empleada doméstica y también, aunque no la hubieran contratado con ese fin ni fuera consultada al respecto, como niñera de sus hijos, Enzo y Felipe, que apenas se acercaban a la adolescencia. En total, dedicaba unas siete horas diarias a trabajar en la casa; así y todo, no llegaba a fin de mes.

El último julio, Reina no se había animado a pedirle a su empleadora que le pagara el aguinaldo (con su marido, Ubaldo Bazán, no tenía vínculo; apenas lo había cruzado alguna vez). Hacía poco estaba ahí y no quería dar una mala imagen. Pero, ese diciembre, después de pensar en el verano de sus hijos, se animó:

—Salgo, queen, en un rato vengo. Si no te llego a ver, no olvides regar las plantas —gritó Ana Clara desde el pasillo.

—Ah, señora —Reina la retuvo con la palabra, se levantó del piso del baño, donde fregaba el inodoro, y salió a su encuentro—. Le quería preguntar si ya pudo calcular el tema del… del aguinaldo.

—¿Aguinaldo? —preguntó Ana Clara, con cierta incomprensión en su rostro. Buscaba en su memoria algún momento en que lo hubiera mencionado, aunque estaba casi segura de no haber tenido tal error.

—Sí, vi que es difícil a veces calcular y bueno… capaz que ya, ahora, lo pudo ver —sugirió Reina, como para darle el pie.

—Ah, pero… vos no tenés aguinaldo, queen. Acá es así… te debe haber dicho Filomena cuando te avisó que estábamos buscando su reemplazo. No me digas que no te dijo nada —Ana Clara fingió lástima con una mano en el pecho.

—No —contestó Reina—. Pero, sé de gente que, aunque trabaje así… —dejó la frase suspendida en el aire, como si no se animara a decir “en negro” como para no quedar acusadora contra Ana Clara—, que igual les dan el aguinaldo… O algo como para complementar —se apuró a rebajarse el precio.

—Ay, queen, pasa que esto… es muy difícil de calcular porque no es que tenés un número fijo de salario, y que a veces venís, a veces no… Además, viste que no hay plata, vos sabés cómo está la mano. Vos también lo votaste —retrucó Ana Clara negando con la cabeza.

Reina, decepcionada, bajó la vista al suelo.

—Me voy porque me cierra el… —se excusó Ana Clara y siguió camino a la puerta. Justo antes de abrir, como si se arrepintiera, volvió hacia Reina—. A ver, algo tengo acá, ¿te parece? Y quedamos así —dijo mientras sacaba de su billetera un billete de diez mil pesos, y con su corazón limosnero enorme, sonrió—. Ahora sí, me voy que…

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