El profesor explicó el método usando un video que mostraba el proceso con saltos temporales de por medio. Al principio, se veían unas zanahorias viejas, ennegrecidas y blandas como si fueran de goma. Las metió en un recipiente y las cubrió de agua. Después tapó el recipiente y lo guardó en la heladera. Al sacarlas, unas cuantas horas después, las zanahorias se veían como nuevas.
—Algo así sería el proceso —anunció el profesor luego de finalizado el video—. Solamente que no se trataría de agua sino de una mezcla que tendría glicerol, nitrógeno, etcétera, y que, en lugar de una zanahoria, el objeto a “rejuvenecer” —dibujó las comillas en el aire— sería el cuerpo del ex presidente.
Juezas y jueces de la Cámara escuchaban al profesor más serios que nunca en la sala de audiencias. Era la primera vez en mucho tiempo que se encontraban todos reunidos.
—¿Se puede garantizar que el resultado será el deseado? —preguntó el juez Carrasco.
—Siempre hay posibilidades de que, en algún momento, falle. Pero hay animales que hoy están vivos gracias a este proceso aunque sus cuerpos hayan hasta cuadruplicado el tiempo de vida correspondiente a su especie.
—¿Usted lo aconsejaría? —preguntó la jueza Blanco.
—Disculpe, no es mi tarea —contestó el profesor—. A mí me convocaron porque la sentencia a la prisión por la eternidad resultaba imposible de cumplirse hasta que apareció este método. La decisión jurídica no me corresponde.
—Es que la condena la decidió el propio pueblo que sufrió sus políticas —intervino el juez Di Pippo.
—¿No podemos directamente mandar a alguien que le pegue un tiro en el penal y lo mate y listo? —se animó a preguntar la jueza Pascuale.
—No, Diana, no funciona así —se apuró a contestar el juez Fernández—. Yo, que estaba en el momento, pensaba que había que matarlo y colgarlo como se hizo con Mussolini. Pero hubo mucha gente que prefirió salvarlo, juzgarlo, y la condena popular fue esa: preso para siempre.
—No podemos ponernos por encima de la decisión del pueblo —lo completó Di Pippo—. Sería repetir el esquema antiguo.
—Es que me parece demasiado sufrimiento —se excusó Pascuale.
—No es tanto al lado de todo el sufrimiento que siguen generando sus decisiones, incluso décadas después de haber perdido el poder —le retrucó la jueza Ávalos.
—Sí, es cierto —tuvo que aceptar Pascuale.
—Bueno, entonces… es la inmortalidad que le podemos conseguir —dijo Carrasco—. ¿Votamos la aplicación de este procedimiento?
Después de que votaran todos a favor del método, no hizo falta siquiera consultar por si alguien votaría en contra.
