367. Progreso exclusivo

11 de diciembre de 2024 | Diciembre 2024

No sé cómo, pero aparecí en un túnel, oscuro casi en su totalidad, salvo por dos vías que rebotaban una luz sin origen. Intenté caminar y tropecé varias veces con las durmientes. De un momento a otro empezó a sonar un murmullo y, al darme vuelta, un tren me llevó puesto. Logré saltar sobre la locomotora, trepé su estructura y entré por una especie de escotilla.

Adentro no había ruido. Sonaba un piano con una melodía dulce y lenta. Ni siquiera el traqueteo del tren se oía. Me di cuenta de que estaba desnudo cuando una chica de uniforme se acercó y me tendió uno. Me vestí apurado, para no pasar vergüenza.

Pasé al siguiente vagón: un bar. Gente muy bien vestida consumía todo tipo bebidas y comida que se veía riquísima. Un señor me llamó con una mano.

—Otro whisky, por favor —señaló su vaso vacío.

—No, pero es que no… —iba a decir que no era de ahí, pero cuando vi que otros, vestidos de uniforme igual que yo, se encargaban del servicio, recogí el vaso y me fui a la barra del costado a pedir otro whisky.

Se lo alcancé al señor justo cuando el túnel terminaba. La imagen a través de las ventanas me aterrorizó: gente intentando trepar al tren y un palo largo, proveniente del techo del tren, que los golpeaba con fuerza para que se soltaran.

En el campo se veían cuerpos amontonados al costado de las vías. Justo entonces, vi a mi madre y mi hermana intentando trepar por la pared del tren y el palazo que las soltó. Me asomé rápido a la ventana y apenas alcancé a ver que el cuerpo de mi hermana sangraba mientras rodaba como peso muerto.

Corrí por el tren hasta llegar a la locomotora; el maquinista no estaba. Vi que la escotilla donde yo había entrado estaba abierta y subí. Era el maquinista quien, parado desde el techo, impedía que se subieran las miles de personas que intentaban treparse.

Rogué que detuviera la marcha y me contestó que la única parada era el destino final.

Volví a bajar y seguí atendiendo a la gente bien vestida, perfumada y, por sobre todas las cosas, feliz. Empecé a recorrer el tren, larguísimo, de cientos de vagones, llenos de lujo. Escuché a sus pasajeros y pasajeras celebrar que habían conseguido un boleto para un destino tan fenomenal.

—Disculpe, ¿cuál es el destino? —me atreví a preguntar a una chica joven que parecía simpática y amable.

Me miró asqueada de arriba abajo y contestó con desprecio:

—El futuro —dio antes de darme la espalda.

El tren se detuvo. No había andenes a los costados, solamente pilas de cuerpos que hacían de escaleras para que los pasajeros y pasajeras bajaran. Cuando intenté bajar por una puerta, el maquinista, con una sonrisa cínica y sangrienta, me detuvo con su brazo, negó con la cabeza y, de un palazo, reventó mi cráneo.

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