357. Perro que ladra

2 de diciembre de 2024 | Noviembre 2024

“Hoy sí, te juro, le rompo la cabeza. Si no me devuelve todo lo que me debe, le salto por encima del mostrador, lo cazo del cuello y, antes de que llegue a reaccionar, yo ya le metiendo un cortito en la boca del estómago que lo deje sin aire. Sin perder ni un segundo, mientras intente respirar, le estoy partiendo la cabeza contra la máquina de cortar fiambre, y que se le llene toda de sangre”.

Algo así le había dicho Héctor a su hijo, cuando le relataba cómo sería el momento en que iría a reclamarle a Rubén, el almacenero, los millones que le había prestado hacía unos meses con un acuerdo que Rubén se negaba a cumplir.

Cuando terminó de almorzar, Héctor pensó en ir al almacén, pero se arrepintió. “Mejor después de la siesta, voy a estar más activo. Además, mirá si me mando y está durmiendo la siesta este vago hijo de puta, voy a ir al pedo”.

Se tiró una siesta él y despertó buscando un dolor de panza, igual que la última vez, que le evitara ir a agarrarse a piñas con su deudor, pero esta vez no encontró nada. Estaba perfecto. Seguir estirando el asunto era para problemas de alcoba.

Se levantó, puso música alentadora y se vistió formal, como siempre. Además de la pelea ideal que le había relatado a su hijo, Héctor tenía pensadas las variantes imprevisibles que podían tocarle, como por ejemplo, esa en la que él esquivaba una trompada de Rubén con un amague que hasta Nicolino Locche hubiese envidiado.

—A ver, pedazo de hijo de puta —se anunció Héctor al entrar, después de haber esperado escondido, afuera, unos diez minutos hasta que se fue una cliente que se había quedado charlando—, ¿me vas a pagar hoy?

—¿Qué hacés, Héctor? —preguntó Rubén, demasiado tranquilo—. No, che, no te lo voy a pagar.

—Ah, ¿sí? ¿No me lo vas a pagar? — Héctor se arremangó la camisa.

—Sí: no. No te voy a pagar.

—Te voy a cagar a trompadas entonces —asintió Héctor—. En casa nos cagamos de hambre por tu culpa hijo de puta.

—No te veo tan mal. Viniste en la misma camioneta de siempre. Esa debe salir unos buenos palos —Rubén se encogió de hombros.

—Bueno, yo no, pero a mi hijo le dejé de dar la vianda del colegio por tu culpa.

—Dejame ver si te lo puedo pagar en unas semanas.

—Te voy a romper la cara hijo de puta —dijo Héctor y revoleó una piña al aire, aunque estaba a metros del mostrador de Rubén, que lo miró en silencio—. Esta vez te la dejo pasar, pero la próxima que venga, más te vale que me des toda la plata, eh. Porque te mato, ¿me escuchaste? Las responsabilidades hay que asumirlas. ¿Está claro? —mintió Héctor y salió, una vez más, derrotado.

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