354. Premio asignado

28 de noviembre de 2024 | Noviembre 2024

La escuela no solía organizar fiestas de fin de año para cada grado en particular. Solamente se hacían las muestras y jornadas más distendidas donde chicos y chicas correteaban, jugaban y se divertían. Pero ese año, al ser el último en que estaría Tomás Silvestri, que se mudaba con su familia a Entre Ríos, madres y padres habían decidido hacer, con esa excusa, una linda fiesta de cierre del año.

La directora, más diligente que nunca, se había encargado de prestarles la escuela el sábado a la tarde y que se tomaran los recaudos necesarios para que hubiera gente responsable de abrirles, cuidar la escuela y cerrar cando se fueran.

Marisa, madre de Catalina, que había sido animadora de fiestas infantiles de joven, se calzó un disfraz y aprovechó toda su creatividad para entretener a las criaturas.

Cuando terminaron los juegos que ponían sus pieles coloradas y sus cuerpos transpirados, los chicos se sentaron a disfrutar de una mesa llena de comida que cada familia había aportado. Después de eso, y antes de que se dispersaran, Marisa pidió atención:

—A ver, a ver, chicos, chicas, vengan para acá que se viene una sorpresa. Siéntense en el piso como antes —los convocó y su público se acercó—. ¿Saben qué es esto? —preguntó exhibiendo un sobre.

—¡Un sobre! —gritó el rejunte de niños.

—¿Y saben qué hay adentro?

—¿Qué? —gritaron algunos.

—¡Un cheque! —arriesgó el payaso del curso.

—No, si fuera un cheque… ¡Son las pistas que nos van a decir quién se lleva la sorpresa! —Marisa exageró la emoción—. ¿Quieren que las lea?

—¡Sí! —retumbaron las voces agudas en la pared del patio.

Marisa, entonces, con mucho suspenso y una lentitud exasperante, abrió el sobre.

—¡Acá dice que la sorpresa se la va a llevar un varón! ¡Levántense los varones! —y todos se levantaron menos uno—. Vos también, Lauti… Y dice que la sorpresa se la lleva… ¡Tomás! Quédense parados los Tomás.

Cuatro chicos, prueba de la poca creatividad que la generación de sus padres había tenido al nombrarlos, se quedaron parados. Tomás Sánchez saltaba en el lugar, emocionado.

—Uy, uy, uy… ¡El apellido empieza con la letra… ese!

Tomás Sánchez festejó con un grito, se había olvidado que no era el único que tenía apellido con ese. Estaba seguro de que el ganador era él, y empezó a ir hacia Marisa cuando ella anunció:

—¡El premio se lo lleva Tomás… Silvestri! —y un padre se acercó con un paquete—. ¡Un aplauso para Tomi, que se lleva esta pelota autografiada por toda la selección argentina! —y le dio una pelota garabateada por un padre aficionado a la actividad de falsificar firmas.

Más que la alegría y la sorpresa de Tomás Silvestri, que no podía creer semejante premio, el que se llevó la atención fue Tomás Sánchez, quien, llorando desconsolado porque nunca ganaba nada, intentó clavarle a la pelota el cuchillo usado para las porciones de tortas.

No hubo más remedio que confesar que las firmas eran todas truchas, que el premio era, en realidad, nada más que la pelota. Al final, resuelto el incidente, padres y madres terminaron jugando un fútbol mixto mientras sus hijos se peleaban, a piñas, por las últimas porciones de chocotorta.

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