Ser pintor. Mi nueva actividad de riesgo. Hace unos treinta y tres años que me dedico a esto. No es otra cosa que representar, en un lienzo, en una madera o quizás hasta en un vidrio lo que uno quiera, desde un concepto o un estado de ánimo, hasta una imagen bella o aterradora, según el día.
Jazmín, mi esposa, fue, durante muchos años, mi musa. Me encantaba verla posar para mí, a veces desnuda, a veces envuelta un pedazo de tela, o montada en algún personaje que me sirviera para expresarme.
También teníamos algunas peleas, justamente porque no era mi única musa. De cualquier manera, me lo permitía; hasta creo que le excitaba que yo sedujera con mis brochas a otras mujeres. Pero lo que nunca me perdonó, y por lo que me echó de la casa, fue por mi pobreza.
Esa es mi gran tragedia. Haber alcanzado cierto éxito en el oficio, tener el cuerpo de Jazmín al lado mío y su perfume y, así y todo, terminar pobre y solo.
Es que la pintura en este país está dada nada más que a los culo con rosca, los pitucos, los forrados en guita, los paquetes, los bacanazos, los cajetilla. En definitiva, capitalistas o algo así. Cuando no se permitía importar cualquier gansada, en ese círculo de ricos yo me movía como uno más. No. Me corrijo: como el mejor.
Ahora la gente prefiere comprar lo que hace cualquier linyera parisino o a un pobre chino que copia, con admirable precisión, obras de arte famosas por dos mangos.
Y a mí, que tengo un recorrido hecho, con historia, con cuadros exhibidos en museos, no me dan ni la hora. Dicen que soy muy caro. Hijos de puta, si cobro lo mismo que antes. Quieren que me adapte al precio de la competencia. Linyera contra linyera a ver quién se baja más los pantalones.
No me quedó otra opción que volver al arte. Abandoné los placeres caros que me ofrecía esa vida superficial y me dediqué a amar la pintura.
Ahora paso casi todo el tiempo en la calle. Pinto algún lienzo y lo vendo por dos mangos. Bajé la calidad de los materiales, eso sí. Y de tanto pasar tiempo en la calle empecé a pintar, en las paredes del centro porteño, lo que veo.
“Pinta tu aldea y pintarás el mundo”. Eso hago. Pero al gobierno no le gusta. Todos los días peleándome con la policía para que no me saquen las cosas. Si no fuera porque la gente me ayuda a cuidar las pinturas o comprar nuevas, no me hubiera convertido en este pintor maldito. Un nuevo rebelde contra la autoridad, perseguido por los mulos del poder como si fuera un delincuente.
Aunque no soy muralista, empecé a tener repercusión, cosa que en esta época (al menos en el mundo del arte) vale más que el talento. Y me pude haber forrado en guita de nuevo para ir a frotársela en la jeta a los que me adulaban en mi mejor momento y no me compraron un solo cuadro cuando entraron estas mierdas. Pero no, ya no me importa la guita. Ahora solamente quiero, como en el último mural que pinté, ver arder a este gobierno de mierda.
