348. Alimento básico

22 de noviembre de 2024 | Noviembre 2024

Esos kilómetros hasta la casa de mi abuela Rita, en Pacheco, se me habían vuelto infinitos cuando me fui a vivir a La Plata. En el último tiempo no iba a verla prácticamente nunca. Suficiente con ir a ver a mis viejos en San Martín y volver a mi tranquilidad platense. Pero, durante el divorcio de mis viejos, Rita se desubicó con mi vieja y ella casi la abandonó. La visité de sorpresa. Grave error.

Era el sábado a la tarde. Serían casi las cinco cuando llegué. Yo ya sé cómo pasar la reja sin que me abran de adentro, así que me mandé y le golpeé la puerta.

  —¡Abuela, soy Nina! Abrime —le grité desde afuera para que no llamara a la policía asustada.

Un minuto después, corrió la cortina para ver si era cierto y, cuando supo que era yo, entreabrió la puerta.

—¿Qué hacés acá, nena? —preguntó media cara de Rita asomada en la abertura.

—Te vine a visitar, abu —dije sonriente, y como no reaccionaba, tuve que preguntar—. ¿Me abrís? ¿O es mal momento?

Me abrió y entré. La casa olía igual que siempre. Algo más oscura que de costumbre, ninguna luz encendida. Quizás alguna cosita fuera de lugar, raro en ella, aunque aceptable a sus ochenta años. No recordaba haberla visto nerviosa antes.

Vinieron los perros Tati, Rolo y Poly a saludarme muy efusivos. Ringo, no. Sus colas se movían alegres de verme. Y también estaban flacos. Flaquísimos.

—¿Qué onda, abu, los perros? ¿Están comiendo bien? —le pregunté después, en la cocina, cuando arrancábamos con los mates.

—Sí, pero yo les doy un potecito de alimento, como siempre, eh —arrugó su expresión y cruzó un brazo delante de ella—. Y si tengo sobras o algo… Ah, mirá, justo quedó afuera, aquel potecito.

—Pero ese es más chico que el rojo que tenías antes, abu. Pobre Rolo, con eso se debe cagar de hambre. Te voy a traer una bolsa de alimento así les podés dar un poco más —prometí.

—No, nena, dejá. Yo después pido a Nora acá… —y justo entonces, el viento abrió la puerta del lavadero a mis espaldas. Rita se calló.

Eché un golpe de vista para ver la puerta rechinar y a Poly escapar de la cocina. Ringo estaba en la mesada del lavadero, boca arriba, abierto. Sangre salpicada y chorreada. Unos bifes sacados de no quise saber dónde apilados a un costado, unas achuras colgando del tender de pared.

—Se murió solo —se apuró a mentir Rita.

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