—¡No te dije! —Hermes se golpeó la frente con la palma de la mano—. ¿Sabés quién se murió? —preguntó a su compañero de pareja, Antonio.
—¿Quién? —preguntó Antonio, parado a su lado, sin quitarle la atención a la partida de truco que se avecinaba en el torneo organizado por el bar El Escolazo de José Mármol.
El torneo tenía revolucionado el bar, el barrio, y los barrios linderos. Un bar donde la tradición, durante décadas, era la presencia de viejos apostando a los naipes, al sapo, al ajedrez, dominó o lo que fuera. Generación tras generación se reemplazaban en esas mismas mesas.
—¡Manolo se murió! Parece que le dio un ataque cuando estaba ahí en la farmacia —comentó Hermes—. Uy, mirá, este de boina negra es el Braulio, de Temperley. Es el que te conté que adivina las cartas que salen.
Mientras un rival repartía la primera mano, Braulio anunció:
—Sale un doce.
—Mirá vos, pobre Manolo. Se va vaciando El Escolazo, la puta madre —lamentó Antonio.
Mientras tanto, en la mano que se jugó frente a ellos, salió el doce de copas.
—¡Viste! —casi festejó Hermes—. El tipo dice lo que sale, ¡y sale! Que no nos toque jugar contra este porque cagamos.
—Hermes, nosotros vamos a ganar el torneo —recién ahí Antonio lo miró. Él no solo se jugaba el premio, sino también el título de ser el mejor jugador histórico de truco del bar, en cantidad de partidas ganadas. Algo incomprobable, pero que se resolvería en este torneo, contra el Turco, que alegaba haber ganado más partidas que él—. Este tipo es un chanta.
—¡Pero si le acierta! —Hermes levantó las manos y encogió los hombros.
Mientras se repartía la segunda mano, Braulio arriesgó que salía un cinco. Pero no hubo ningún cinco.
—¿No te digo? —preguntó Antonio y cabeceó hacia la mesa—. ¿Dónde está el cinco?
Hermes no contestó. Apenas hizo una mueca, mientras se repartía otra mano en la que Braulio predijo que saldrían un cinco y un dos. Pero tampoco acertó.
—¡Ja! ¿Viste? Salió un siete, que es cinco y dos —señaló Hermes—. Y además, salió un tres que, con el dos de la mano anterior, hace el cinco de antes.
—Pero sos un salame, viejo. Es importante esto. Tenemos que ver cómo juegan.
—Bueno, a lo mejor le pegaba… o tiene un mal día. Qué sé yo, es la segunda vez que lo veo jugar… pero vas a ver, vas a ver que le pega —cerró Hermes con un índice levantado.
