Ayelén recién salía de la ducha, envuelta en la toalla, a punto de agarrar el pasillo hacia la pieza cuando su novio Gabriel, sentado en la mesa del living frente a la computadora, le anunció:
—Mi amor ya saqué pasajes para Mendoza.
—¿Mendoza? Pero si yo te dije que quería ir a Bariloche que no conozco el sur —mostró su indignación.
—Bueno, es lo mismo, Aye. Esta vez decidí yo, la próxima vemos —sentenció Gabriel sin siquiera mirarla.
—No, pero yo había dicho que quería ir… —empezó a contestar ella.
—Besito, Aye —la interrumpió Gabriel y cerró cualquier tipo de conversación.
—¿Besito? —repitió ella.
Ayelén masticó la bronca y decidió no confrontar en el momento. Siguió su camino hasta la pieza, se vistió y se fue, sin mediar palabra, a la casa de su amiga Micaela.
Volvió cuatro horas más tarde, con un casco de moto bajo el brazo. Gabriel seguía exactamente en el mismo lugar que cuando ella había dejado el departamento. Lo único que había cambiado era que ahora tenía la luz encendida.
—¿Y ese casco? —preguntó Gabriel después de que ella lo apoyara en la mesa.
—Cambié el auto por una motito. Una Gilera 110 —contestó Ayelén, desafiante, seria.
—Me estás cargando —afirmó Gabriel.
—No, no. En serio, si el coche estaba a mi nombre. Como hacía calor y tenía ganas de andar con el viento en el cuerpo encontré un flaco, hicimos los papeles en un toque y la cambié.
—¿Cambiaste un Volkswagen del año pasado por una moto de mierda? —se indignó Gabriel.
—Y bueno, esta vez decidí yo. La próxima, vemos. Besito —contestó ella y encaró directo para el baño.
