Néstor Portillo estaba en vías de recuperación de su estado de salud. Un coágulo sanguíneo había llegado hasta su cerebro y provocado un derrame cerebral que le quitó algunas facultades como caminar y hablar. Para el tratamiento, su médico de cabecera le había recetado un cóctel de pastillas diarias.
Como no resultaba necesaria su internación, pasaba los días en su casa, acompañado generalmente por su sobrina desempleada que se ocupaba de seguirle el tratamiento. Hasta que, un buen día, ella consiguió otro trabajo, por el cual le pagaban, y tuvo que dar un paso al costado.
Entonces, su familia decidió contratar a una enfermera particular, Eleonora, una mujer grande que, por no prestar atención, había perdido sus trabajos de enfermera en clínicas para pasar a trabajar en casas particulares.
Entre las instrucciones que le había dado la familia, la más relevante era la de suministrarle al viejo Néstor las pastillas que estaban guardadas en un armario. Pero Eleonora jamás había registrado eso.
—Bueno, Néstor, todo igual, ¿verdad? —saludó Eleonora al llegar—. Acá nunca pasa nada. Menos mal que vengo yo y te puedo contar cosas de las que pasan afuera, que si no… ¿Qué estás viendo? ¿El noticiero? ¿Te gusta el noticiero, Néstor? Ah, qué bien.
Néstor, echado en la cama, al borde de la humanidad, señaló su muñeca derecha, donde sentía cómo una pequeña bola de sangre trabada se movía lento por sus venas. La había detectado la noche anterior, cuando Eleonora se había ido a su casa, dejándolo solo.
—Pero qué lindo el brazo —contestó Eleonora y lo tomó—. ¿Sabés que yo hice un curso de esteticista? Te puedo sacar todas estas manchas que tenés así de… anciano, y te puedo dejar como un bebé. Pero bueno, son cosas que se cobran aparte.
Néstor señaló el armario donde estaban sus pastillas. Vasodilatador y antiagregante plaquetario eran las que podían evitar que esa bolita llegara a su destino fatal. Llevaba algunos días sin tomarlas.
—¿Querés que te busque una ropita? —preguntó Eleonora y Néstor negó con la cabeza—. Voy al baño que me hago encima si me quedo ahora acá.
Cuando Eleonora volvió, Néstor se estaba arrastrando por el piso en camino al armario.
—¡Néstor! Pero sos pelotudo, viejo, ¿te volviste loco? —gritó Eleonora—. Yo te busco la ropa ahora, pero vos tenés que esperarme. A ver, ayudame a levantarte —y quiso tomarlo por las axilas. Néstor se soltó quitándole las manos y ella se enojó—. Pero qué viejo de mierda. Desagradecido. Ahora te vas a quedar ahí un rato hasta que te canses. Hay que tratarte como a los chicos a vos —cerró y se puso a mirar la tele con el viejo en el piso.
