328. Cultura del descarte

2 de noviembre de 2024 | Noviembre 2024

—Pendejo de mierda, ¿otra vez tiraste el perro a la basura? —gritó Emiliano, mientras corría hasta su hermano Matías para darle una buena paliza.

Bandido, el perro recién rescatado por Emiliano del contenedor de basura de la calle, caminó algo maltrecho hasta tirarse en su cama en la cocina.

—¡Salí, puto! ¡Salí! —Matías se cubría de los golpes de su hermano mayor al mismo tiempo que revoleaba patadas para dificultarle la golpiza.

—¡¿Qué pasa?! ¡Basta, basta! —gritó Inés, madre de ambos, cuando entró a la pieza para separarlos.

—Este hijo de puta volvió a tirar el perro a la basura —se quejó Emiliano, que ya le había hecho caso a su madre.

—¿Otra vez, Mati? —se alteró Inés—. Ya tiraste cuatro perros y tres gatos, pendejo —lo apuntó con un índice.

—¡Si es un perro de mierda! —contestó Matías, con la mejilla izquierda roja después de un golpe.

—Ahora no vas más a fútbol…

—¡No! —interrumpió Matías.

—Sí, ya me tenés podrida.

—No, no, no —se lamentó Matías—. Ahora voy y… voy y le pido disculpas.

Se acercó a Bandido, que lo miraba desconfiado desde su cama y empezó a acariciarlo un tanto bruto, con el deseo intacto de tirarlo de nuevo a la basura.

Esa noche, mientras Matías dormía en su sueño pesado, Emiliano le tapó la boca con una cinta aisladora y le ató piernas y manos con sogas. Matías se despertó cuando ya colgaba del hombro de su hermano mayor.

Aunque se agitó con todas sus fuerzas e intentó gritar, nadie respondía sus llamados en medio de la madrugada. Fue recién al otro día, a eso de las ocho, que un vecino lo sacó del contenedor y él volvió, sucio y humillado, a su casa.

Después de esa noche que quedó grabada en su memoria, jamás volvió a descartar a una sola mascota.

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