316. Ataúd

22 de octubre de 2024 | Octubre 2024

Cuando terminó el mandato, el presidente se sentía satisfecho. Había logrado, en la medida de sus posibilidades, transformar el país hacia el modelo que él deseaba. Había costado sangre, sudor y lágrimas, además de mucha bronca y resistencia contra sus planes de reestructuración del Estado y la economía.

En la Quinta de Olivos se había organizado un almuerzo para que se despidiera de sus más cercanos colaboradores. Todo estuvo muy bien hasta que empezaron a sonar bombos y cantos de una multitud enardecida contra el presidente al otro lado del paredón.

El presidente no le prestó atención, disfrutó de la jornada y se despidió de todos con afecto. Justo antes de subirse al auto que lo llevaría a su domicilio, se abrió el portón y vio a los manifestantes que lo esperaban. Sonrió y se dio vuelta:

—¿Vamos, muchachos? —preguntó a su custodia, como invitándolos a escoltarlo.

—Disculpe, presidente, hasta acá llegamos nosotros. Ahora tenemos que cuidar al próximo —contestó el jefe de ellos.

La cara del presidente se transformó cuando entendió que debía enfrentarse solo a las masas.

Volvió a mirar. Al otro lado del portón había una masa humana infinita, furiosa, expectante y sedienta. Tenían un ataúd parado, abierto frente a él, que lo invitaba a entregarse. En ese momento, recordó, como tantas otras veces, la lección de su madre:

Una tarde de su infancia, en la plaza del barrio, jugaba con sus muñecos mientras intentaba atraer la atención de un chico más grande, con el que quería jugar. Como el otro chico no le daba bola, empezó a pegarle con su muñeco. Entonces, su madre, sentada en el banco, lo llamó:

—Hijo, mirá que él es mucho más grande que vos, y si le pegás porque sí, cuando él te quiera pegar a vos, yo no te voy a defender. Te la vas a tener que bancar solito.

Entendió que su madre tenía razón, que en una disputa física no tenía chances y se sentó a jugar, solo, a un costado.

Cincuenta años más tarde, levantó la mirada al cielo, recordó a su madre y, como víctima del dolor infligido desde su gobierno, cerró la puerta del auto que lo esperaba y caminó, lento y lacrimoso, hasta atravesar el portón que se cerró a sus espaldas.  

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