La reunión de consorcio se había convocado con un tema central a tratarse: la reconstrucción de los cimientos para el cambio de la caldera por una que tuviera la capacidad necesaria para todos los departamentos, lo cual además abría la posibilidad de discutir la renovación de los ascensores y la instalación de una nueva red eléctrica.
Antes de la reunión, los vecinos Hermann y Núñez, que eran los impulsores de las ideas en discusión, habían acordado el manejo de la asamblea en conjunto con Ramírez, el administrador del consorcio, que era también vecino. Ellos tres habitaban los pisos más altos del edificio. Sabían que su proyecto era excesivamente costoso y no absolutamente necesario para el bienestar del edificio. Sí era, en cambio, beneficioso para Hermann, ingeniero dueño de una constructora y Núñez, dueño de una empresa dedicada a la importación de calderas y ascensores. Ambos tenían buena imagen en un sector del edificio, ganada en buena medida gracias a haberse hecho fama de exitosos en sus emprendimientos.
Serían las siete de la tarde cuando casi todos los departamentos contaban con al menos un representante en la reunión. Ramírez sabía cómo debía obrar: era probable que los vecinos de los pisos inferiores se opusieran a las obras que, por la maquinaria a utilizarse, podían sufrir daños en sus departamentos. Esas oposiciones no debían resaltar ni prosperar en la reunión y mucho menos someterse a discusión. Por el contrario, debía aprobarse la realización de las obras y la contratación de las empresas de Hermann y Núñez.
—Buenas tardes a todos, vamos a dar comienzo a la reunión. En el orden del día el asunto central que debemos evaluar y someter a votación es el de la restructuración de los cimientos, el cambio de caldera y demás, como ya saben todos, que fue propuesto por el vecino del noveno, Carlos Hermann. Con relación a esto, y aprovechando que el vecino cuenta con una empresa dedicada a este tipo de tareas, resultaría oportuno aprovechar que el vecino cuenta con los medios necesarios para evaluar la ejecución del trabajo y comenzar con las tareas que correspondan, conjuntamente con el vecino del séptimo, Marcelo Núñez, quien gracias a su profesión nos puede brindar a bajo costo…
—Perdón —interrumpió Ordóñez, vecino del segundo piso que tenía la mano levantada desde que la palabra «restructuración» había sonado—. Pero yo quiero decir que me parece que las obras propuestas son innecesarias y además nocivas para los vecinos de abajo, no solamente por los daños y grietas que pueden provocar en los departamentos cercanos al golpeteo sino además por el ruido. Yo soy profesor de música y…
—Bueno, Pablo —Ramírez volvió a tomar el mando de la reunión—. No podemos limitar las necesidades del consorcio en virtud de las molestias que alguno vaya a sufrir, porque ya es mucho lo que estamos sufriendo todos.
—Vos ni siquiera vivís acá —dijo por lo bajo Gutiérrez, vecina de planta baja.
—Bueno, vamos a someter la cuestión a votación. A favor de que se comiencen las evaluaciones y obras propuestas —algunos levantaron la mano—. En contra —dijo sin contar los votos anteriores y otros tantos, parejo en cantidad, levantaron sus manos—. Bueno, queda aprobado entonces para que Hermann y Núñez comiencen con las reparaciones pertinentes y luego envíen la factura a la administración. Con lo cual levantamos la asamblea, gracias por participar a todos.
