—A ver la tuya, cómo es —sugirió David.
Al salir de la escuela, se había ido a jugar a la casa de su amigo Agustín y, mientras esperaban que estuviera lista la cena, estaban jugando en la habitación de Agustín. En ese momento, David se desnudó.
—¿Te la muestro? —le contestó Agustín, de once y medio, medio año más que David.
—Sí… Yo te mostré la mía —dijo David y levantó un hombro, con una mano en sus genitales.
Entonces Agustín también se bajó los pantalones.
—La mía es mucho más grande —dijo Agustín, con algo parecido a una sonrisa.
—Sí… ¡pero yo con ésta me cojo a todas! —anunció David—. Les rompo el culo —y se rio, pícaro.
—¿En serio? —preguntó Agustín sin reírse—. ¿Cómo es? ¿Cómo se hace?
—Es como que… es como que… ¿viste Daniela? Bueno, ella me la cogí. La tengo re grande —se festejó y volvió a mirar su diminuto pene infantil.
—¿Y cómo hiciste? —repitió Agustín.
—No, es que… bueno, en realidad no lo hice. Pero tenés que decir como que sí, y parece que es verdad.
—Ah, te estás agrandando, no sabes nada —sonrió Agustín.
—¿Te puedo tocar a ver cómo es? —preguntó David, algo secretado, con una batalla de sentimientos dentro suyo.
—Eso es de puto —contestó Agustín.
—¡No, no! —se apuró a contestar David y fue interrumpido por un grito:
—¡Chicos, a comer! —sonó desde el fondo del pasillo y Agustín, luego de guardarse el pito, salió corriendo hasta la mesa con una sonrisa porque había milanesas esa noche.
David lo siguió, también con su pito guardado en el calzón, y compartiendo la felicidad de su amigo ante semejante cena.
—Vamos, vamos, acá tienen para tomar, acá la comida… —dijo Luisina mientras servía los platos—. Chicos, David, más que nada vos. Escuché lo que decías de Daniela… no queda bien. Yo te diría que no te hagas mucho el vivo, ¿sabés? —y achinó los ojos, antes de retomar, pedagógica—. Ya vas a crecer y vas a ver que, a veces, es mejor no decir nada. Es un consejo, nada más; vos después, hacé lo que quieras.
Pero David ya estaba concentrado en las milanesas y no la escuchó.
