En el marco de la reforma estatal del Estado, el Ministerio de Evasiones, Timba Clandestina y Falsificaciones organizó una importante convención de estafadores a nivel nacional e internacional, llamada “Cumbre de Guantes Blancos”, que se desarrolló en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires.
Entre sus expositores se encontraban desde pequeños comerciantes y hombres del hampa hasta grandes empresarios nacionales e internacionales, corredores de bolsa, e incluso un ex presidente argentino. Algunos realizaban sus exposiciones a través de videollamadas desde los penales donde estaban alojados.
Yo fui a cubrirla para el diario La Parca, porque el director estaba muy interesado en generar algunos contactos. Fui más bien en carácter de relaciones públicas que de periodista.
Ni bien llegué, había una multitud en la puerta, algunos ansiosos, otros tantos enojados que, al parecer, no tenían el código necesario para el ingreso, motivo por el cual no se les dejaba entrar.
Me escabullí hasta la puerta y una vez adentro, pude ver el glorioso encuentro que se desarrollaba ahí: un par de centenares de hombres y mujeres maestros del arte del engaño.
Después de presenciar una charla de Jordan Belfort, escoltado por un hombre de la entidad estadounidense encargada de los impuestos, que se ocupaba de guardar cada peso que llegaba al bolsillo del ex estafador, me introduje en una charla de pasillo entre algunos participantes:
—Y vos, ¿a qué te dedicás? —preguntó un señor canoso de traje.
—Y… hago la uruguaya, el cuento del tío, le pido a conocidos que saquen préstamos chicos para mí… —contestó otro, mucho más joven y vestido de playa, con aires de humildad.
—Pero este es un salame —se empezó a reír el canoso exponiéndolo frente al resto de los presentes.
—¿Dónde estudiaste? ¿En el cine, viendo Nueve Reinas? —se sumó a la burla otro, también joven, pero de traje.
—Andá a tomar la sopa, nene, después volvé cuando sepas algo —sugirió otro—. Acá somos gente de contratos importantes, licitaciones. Hacemos de a millones, no billetitos.
En eso llegó el presidente, acompañado de otros hombres importantes y fue recibido con sonrisas, pero, justo entonces, se empezó a escuchar un alboroto que venía desde la puerta de la calle. Un colaborador se le acercó y susurró algo al oído. Su cara de preocupación generó la pregunta del canoso:
—¿Pasa algo, presidente? ¿Hay lío afuera?
—No, no pasa nada. Son solo unos tuiteros, que les vendimos entradas para el evento sin el código de ingreso. Unos dormilones de aquellos… Y bueno, hay que financiar las arcas públicas —dijo el presidente con los brazos abiertos.
Y estalló una carcajada general.
