Me alcanzó con ver el acto donde Javi y Kari dieron unos discursos fenomenales. Con toda esa gente junta y la posibilidad de construir el país que nos merecemos los argentinos de bien, me decidí a encarar yo también la tarea de juntar más gente. A mis amigos les escribí; en cambio, a los viejos, los llamé. Empecé por mi tía:
—Hola, tía.
—¿Quién habla? —preguntó ella.
—Tomi.
—Te dije que no me llames a este número, que se va a enterar mi esposo —susurró al teléfono.
—No, tía —reforcé la palabra—. Soy tu sobrino. El hijo de Sergio.
—Ah, Tomi. ¿Pasó algo que me llamás? No te tengo ni agendado, debe ser la primera vez que me llamás.
—Eh, no… nomás quería pedirte si te podrás afiliar al partido del gobierno, que ahora… —y cuando iba a empezar a explicar me interrumpió.
—Pero mirá que yo soy socia de Banfield, eh. No sé si se puede.
—Eh… sí, se puede, tía. No tiene nada que ver. Esto es algo que se necesita para el partido —le expliqué.
—¿Qué partido? ¿El próximo, contra Estudiantes? Sabés que no estoy yendo a la cancha este año, porque me agarró un dolor… —empezó a contestar, pero la corté.
—¡No, tía! ¡No tiene que ver con fútbol, es política! —me enojé.
—A mí bajame la voz, nene, eh. Más todavía si me vas a pedir un favor. Mocoso de mierda… —dijo lo último bien bajo, como si no fuera a escucharla.
—Perdón, tía. Tenés razón —dije aunque no pensara eso—. Escuchame bien, es así: el partido del gobierno necesita que la gente se afilie para presentarse con ese nombre en todos lados y no con otros partidos regionales.
—¡Ah, del gobierno! —gritó como si estuviera en el bingo.
—Claro. Claro, exactamente, tía. Necesitamos ayuda, y por eso estamos buscando gente que se sume.
—Me tocaron el timbre, Tomi, que me vino a buscar el remis para llevarme a la peluquería. Escuchame, vos que estás en la facu, ¿vas a ir el miércoles a la marcha de las universidades? Así nos encontramos ahí y me seguís contando. Yo voy con tu prima Maru.
Y ahí le corté. Vieja del orto.
