289. Triatlón

25 de septiembre de 2024 | Septiembre 2024

En cuanto vio que había recibido la notificación de la sesión del Parlasur por correo electrónico, Nuria Fraschini se lamentó. El partido ya le había dicho que los gastos iban por su cuenta. Eligió un vestido formal, lo envolvió con papel film y lo guardó dentro de cuatro bolsas de nylon dentro de su mochila. Luego, eligió su mejor ropa deportiva, se vistió y preparó una muda más para la vuelta.

Salió de su casa y corrió hasta cruzar la Avenida General Paz. Cuando encontró una estación de bicicletas del gobierno porteño, se montó en una y pedaleó hasta Retiro. Terminó al trote el tramo de trayecto que le faltaba hasta el Río de la Plata.

Consultó en la Terminal Fluvial de Puerto Madero si podía acceder a algún pasaje gratuito, y cuando le contestaron que no, corrió hacia el Puerto Nuevo. Como no la dejaron entrar, Nuria continuó su camino y, luego de pasar por la Usina del Puerto Nuevo, encontró algunos barcos de pequeño porte.

Se metió en uno, pero no sabía cómo hacerlo arrancar. Apenas le quedaban horas para llegar a la sesión convocada. En medio de la desesperación, mientras violentaba los controles del barco en que se había metido, vio que el barco vecino tenía un bote salvavidas.

Sin dudarlo un segundo, pegó un salto y apenas quedó colgada del casco, solamente con los brazos sobre la cubierta. Trepó las piernas y pudo subirse. Se aseguró dos remos y desamarró el bote salvavidas, que cayó directo al agua.

Un salto preciso la salvó de mojarse y, una vez en el bote, empezó a remar hacia Montevideo. El río estaba picado como nunca lo había visto, y Nuria no tenía idea de cómo manejar la situación.

La suerte la acompañó las primeras horas, hasta que, de un momento al otro, sintió el viento fuerte en su rostro y vio venirse una ola tremenda que no pudo sortear. El bote se dio vuelta y ella quedó aferrada a un remo en medio de un remolino de agua que la arrastraba hacia el lecho.

 Cuando pudo flotar nuevamente hacia la superficie, el bote ya no estaba. Lloró mientras nadaba con la molestia de la carga de su mochila en la espalda y logró, de alguna manera, llegar a la costa montevideana. Sin perder un segundo, a pesar de que había gente cerca, se desnudó y se cambió para la sesión.

Sin correr, pero manteniendo un buen ritmo, llegó al edificio del Parlasur, cuando ya caía el sol. El edificio estaba cerrado, y un hombre barría la entrada mientras cantaba una de Bufón.

—Disculpe, ¿me puede abrir, por favor? Vengo a la sesión —Nuria sonrió, como pudo, con el pelo chorreando sobre su vestido.

—¿Cómo? Ah, no. No vino nadie de Argentina y se suspendió —contestó el hombre, y siguió barriendo.

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