278. Encuentro con el diablo

13 de septiembre de 2024 | Septiembre 2024

Joseph Goebbels tomaba café y fumaba tabaco, sentado en el sillón al costado de su biblioteca, mientras leía un libro de Ayn Rand que ya sabía casi de memoria. No le gustaba su estilo narrativo, pero le servía para alimentar su odio. El balazo en la sien se lo había pegado él; los demás, los del cuerpo, eran los que sus soldados usaron para rematarlo.

—¡Maestro! —interrumpió la ministra de seguridad con los brazos en alto, y caminó hacia él a través del salón.

—¿Hm…? —contestó Goebbels, sereno.

—Maestro, lamento interrumpirlo. Tengo que pedirle consejo y confesarle que fallé.

—¿Otra vez?

—Se le escapó a un policía gas un poquito de pimienta sobre una nena. Nosotros informamos que había sido una manifestante… una zurda. Solo que después filtraron un video donde se ve que el policía lo hizo, y los medios, hasta los aliados, salieron a pegarme a mí —la ministra se señaló con todos los dedos de una mano.

—¿Y entonces? —preguntó Goebbels, que solía acariciar con el índice la orilla del orificio que la bala había hecho en su cráneo.

—Es probable que tenga que sacrificar al jefe policial o a la secretaria de seguridad.

—¿Por culpa de un schütze? ¿Tan débil es su fhurer? —preguntó Goebbels sin perder el tono calmo—. ¿Cuál es la frase que se me atribuye?

—Miente, miente, que algo quedará —contestó la ministra, algo avergonzada.

—¿Nada más? Ni siquiera sabe el final, ¿verdad? Mientras más grande sea la mentira, más gente la creerá. Diga que el culpable, ya sea un schütze o el mismo Himmler, es en realidad miembro de las fuerzas enemigas, y actuó para poner en discusión la moral de nuestro Reich.

—Maestro, creía que no debía tirar un hombre por la ventana —lloró la ministra.

—¿Entiende cuando hablo? Principio de transposición —Goebbels miró las páginas del libro; estaba a punto de acariciarse el hueco en la sien, pero cortó el movimiento cuando retomó el discurso—. Utilice los principios de renovación y silenciación. Necesita desviar la atención.

—Justo eso dice el presidente: que esto sirve para desviar la atención, pero a mí me destruye.

Goebbels detuvo su mirada en la ministra, más atento que antes. Disfrutó el silencio un minuto.

—Sacrificar a la ministra serviría —dijo Goebbels y se llevó la mano a la sien.

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