276. De regalo

12 de septiembre de 2024 | Septiembre 2024

El almacén estaba vacío, aunque fueran las siete de la tarde, horario en que, por lo general, se llenaba de gente que realizaba las compras después de regresar del trabajo. María había ido nada más que a comprar lo que necesitaba para hacer esos buenos panqueques con dulce de leche, igual a los que hacía su madre.

—¿Algo más? —preguntó el almacenero.

—No, gracias —contestó María—. Te pago en efectivo.

—Bueno —contestó el almacenero mientras le recibía los billetes—. Uy, no llego con el cambio. ¿Te puedo ofrecer unos radicales?

—¿Unos qué? —preguntó María ladeando su cabeza para que el oído bueno escuchara sin problemas.

—Unos radicales —reafirmó el almacenero y señaló un tarro lleno de ellos—. Los podés usar para lo que quieras.

—Ah, éstos son. Me acuerdo de cuando yo era chica eran distintos. Ahora son como más… chotos, baratos —hizo una mueca de asco.

—Ni hablar. No los lleva casi nadie, por eso los tengo para vuelto. Después los termino regalando, si nadie los quiere. Antes de que se me pudran acá…

—¿Y para qué los tenés? —curioseó María.

—Los traen los distribuidores, los tiran acá y bueno… —contestó el almacenero y se encogió de hombros.

—¿Pero para qué sirven?

—Mirá, cada uno hace lo que quiere. Un cliente tiene uno para nivelar una mesa que le quedó una pata más corta. Otro puso uno en un agujero del techo para que no le filtre agua. También sé que hay gente que hace… —hizo un círculo usando el índice y el pulgar de una mano que atravesó en movimientos repetidos el otro índice.

—¡No! —se sorprendió María, sonriendo.

—Sí, si están regalados, regalados.

—Tremendo. Bueno, dame algunos, qué sé yo. A lo mejor les encuentro algún uso.

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