Por primera vez en mucho tiempo, el cumpleaños del tío Roberto llegaba sin disputas familiares en simultáneo por temas de plata o juicios de valor sobre nuevas parejas que algún miembro pudiera presentar. La tía Marisa, su esposa, había preparado pizzas y empanadas. Vino y cerveza de sobra, de buena oferta.
Las conversaciones en distintos lugares de la casa y, en particular, en la mesa, se daban amenas y entretenidas. Hasta que, como siempre en algún momento del encuentro, aparecían las discusiones políticas.
Esa noche, el tema que había ganado la atención de casi todos los invitados y anfitriones era el flagelo de la droga como principal causa de la crisis nacional.
El debate lo coparon Julia, hija de Roberto, y su prima Sonia, hija de Mercedes, cada una con una posición extrema: mientras Julia defendía la legalización, Sonia estaba a nada de defender el exterminio de adictos como para garantizar un buen futuro al país.
—Pero si hacemos lo que decís, hay que prohibir todo lo que pueda generar adicción, el alcohol y el tabaco también y no te veo muy preocupada por esas cosas —acusó Julia.
—Mirá, la verdad, no estaría mal, te juro —contestó Sonia, miembro de una iglesia evangélica—. Nos haría un favor a todos como sociedad.
—Claro, para eso también tendríamos que matar a la tía Dora, que fue alcohólica, ¿o no te acordás? —Julia lanzó el dardo prohibido en la familia y provocó un silencio casi inquebrantable.
La tía Dora no era alcohólica recuperada. Es cierto que en su pasado había abusado de bebidas alcohólicas los meses posteriores al fallecimiento su marido; como si hubiera coqueteado con el alcoholismo, sin llegar a concretar. Papelones de por medio y dificultades para construir oraciones con sentido le habían ganado la etiqueta de borracha.
—No soy alcohólica, yo… nomás tuve una época breve que me gustaba mucho —intentó defenderse la tía Dora.
—Mirá, tía, vos ahora estás del lado de Dios —la calmó Sonia—, pero si te volvés borracha de nuevo, para mí sos como un paquero más, que hay que eliminar para que el mundo se limpie —y lo dijo con un tono que nadie entendió si sus palabras iban en serio.
—Ves que sos una atrevida —saltó Julia en ataque a Sonia y defensa a la tía—. ¿Justo ahora que está sin consumir le vas a decir así?
—No, ¿cómo “justo ahora”? —se quejó la tía Dora—. Si ahora cada tanto tomo, nomás no hago como hace décadas que era mucho… Igual, qué feo lo que dicen de mí, eh —se quejó la tía Dora mientras las señalaba con un dedo.
—¡No, tía, yo te estaba defendiendo! —contestaron Julia y Sonia, al unísono.
