El consultor del gobierno Daniel Steingart todavía no había empezado el día de trabajo. Su llegada al ministerio, a eso de las diez de la mañana, fue seguida por un café y charla con un secretario del área de finanzas y recién a eso del mediodía fue para su despacho, una oficina bastante grande que le habían otorgado aunque no era funcionario, sino más bien amigo de algunos ministros y socio en un par de negocios.
A pesar de no tener firma y, por ende, tampoco responsabilidades políticas, Steingart se paseaba por el ministerio como si fuera su propia casa: no le importaba mucho su aspecto y menos todavía incomodar al personal con comentarios y actitudes que él suponía jocosas.
Joaquín, un empleado que ya llevaba unos diez años en el ministerio y al que Steingart le doblaba la edad, había sido designado casi como si fuera un asesor personal. Había preparado varios informes y resoluciones que el no funcionario Steingart le había pedido un par de días atrás y estaba desde las ocho y media esperando que llegara a su despacho.
—¿Cómo estás, Daniel? Acá traje todo lo que me pediste —lo saludó mientras entraba a la oficina con una pila de papeles que excedía una resma.
—¿Qué hacés, Joaquito? Sentate, sentate un ratito, así charlamos.
—Pero justo el subsecretario me…
—No pasa nada, que no joda ese. Vos tranquilo yo después hablo con él. A vos te dijeron expresamente que tenías que trabajar conmigo, ¿o no?
—Sí… —contestó con algo de dudas.
—Te quería comentar un temita que me anda dando vueltas en la cabeza. ¿Vos la ubicás a la morocha alta de rulos que trabaja en el área de coordinación?
—¿Valeria?
—Sí, esa. Cómo me gusta el culazo que tiene, me pone loco. ¿Y las tetas? El otro día se vino con un escote que casi me le tiro adentro como Clemente con la Mulatona.
Joaquín se reía, entre la condescendencia y la incomodidad con su nuevo jefe.
—Obviamente yo tengo mi mujer, que ya no me calienta pero tiene un pasado hermoso. Bah, igual que este país, digamos. Pero lo que te quería pedir es que me averigües si tiene alguna pareja acá adentro o algo, porque… —inclinó la cabeza sobre el escritorio y bajó el volumen de la voz— el otro día la crucé por ahí y cuando pasa al lado mío le toqué el culo, así, en joda. Nada grave. Y me armó un escándalo que ni te cuento. Después, el otro día también la enganché haciéndose un café y le digo «por ese culo mando a construir un monumento» y de nuevo me mandó a la mierda. Ahora, por lo que escuché, a ella antes se la cepillaba un director de no sé qué área… yo creo que si ahora se hace la loca y no me quiere aceptar debe ser porque está defendiendo algún privilegio que tenía con él. Si no, la verdad que no se explica.
—Sí, ni hablar. Igual, sin defenderla a ella… se decía por ahí que lo aceptaba pero no es que quería en realidad. Pero te averiguo, ya hoy me pongo a preguntar.
