Lo que Franco odiaba más que nada era que lo llamaran por teléfono sin avisar. Más aún, si se encontraba en medio de una partida de gaming con sus amigos. Cuando el celular empezó a vibrar, iluminado, a un costado del mouse, vio que era su prima Lara. “La concha de tu madre”, pensó, y siguió jugando. Casi se distrae en un momento clave que le hubiera complicado el juego.
La prima insistió: una nueva llamada entrante y el aumento del malhumor de Franco. Justo en ese momento, lo asesinó un rival.
—Amigo, me dejé matar porque me está llamando la pelotuda de mi prima —mintió—. La tengo que atender que, si no, no sabés cómo se pone —volvió a mentir—. Lara, ¿qué onda?
—¿Qué hacés Franqui, todo bien? —se le oía sonriente.
—Acá, jugando —quería decirle que le molestaba que lo llamara sin siquiera mandar un mensaje antes, pero no se animaba.
—Bueno… Te llamaba porque viste que se viene el cumple de ochenta del abuelo, y bueno, se nos ocurrió entre los primos juntar plata y comprarle algo lindo que le guste.
—¿Qué, al abuelo?
—Sí…
—Le compró mi mamá —resolvió Franco.
—Claro, eso lo compró ella. La idea es buscar otra cosa que le demos los primos, todos juntos —explicó, pedagógica.
—¿Y qué…? ¿Hay que pagar?
—Y sí, Franco, a no ser que le quieras hacer un collage —contestó Lara algo menos paciente.
—No tengo plata —sentenció él, seco.
—Eh… Si te la pasás timbeando en las apuestas deportivas, Franco, dale. Poné algunas lucas. Yo sé que no trabajás, que terminaste el colegio hace un año, pero copate un poco. Algo tenés que poner. Es el cumple de ochenta.
—¿Y de dónde querés que saque la plata?
—¿Me estás jodiendo? Todas esas cosas que tenés ahí para la computadora te las compró él. Hasta le pasó guita a tu vieja, está casi bancándote. No sé, Franco, dejá de apostar un mes, vendé un parlante…
—Eh… justo estoy jugando, Lara. No tengo plata este mes —se había depositado todo en la casa de apuestas deportivas—. Te diría que, si quieren, le digan que es un regalo de ustedes, sin mí.
—Mirá, Franco. Se me ocurre algo mejor, vamos a comprar el regalo que nos parezca, ponemos que es de todos los primos, y después, si algún día te falta un parlante, una luz, una cámara, sabrás por qué fue. Beso, primo —y, sin darle lugar a respuesta, cortó.

