256. Bolsa de gatos

24 de agosto de 2024 | Agosto 2024

No es que yo sea experto en el asunto, para nada. De hecho, dudo que alguien lo sea. Supongo que pocos los lo han intentado. Por fuera de ellos, es decir, los experimentados, y algún veterinario que haya investigado felinos en situaciones incómodas, puedo asegurar que nadie más sabe lo que expresa el concepto de bolsa de gatos.

Empecemos por qué es una bolsa de gato: no es más que eso. Una bolsa que sirve para meter un felino pequeño (si se lo compara con el resto de sus congéneres). Puede servir, por ejemplo, para irse de viaje, mudarse o, sencillamente, dejarlo ahí un rato tranquilo. Generalmente, un material bueno sería la arpillera, ya sea de yute o plástica, debido a sus uñas. Las de consorcio no sirven.

Ahora analicemos su pluralidad del objeto a almacenar. La frase “es una bolsa de gato”, jamás se ha dicho. Debe ser “de gatos” para que funcione. ¿Por qué es así? Bueno, porque el gato, adentro de la bolsa, puede temer al principio, pero una vez acomodado, se adapta y hasta hace manta de su bolsa.

En cambio, la abundancia de gatos dentro del elemento bolsa, complica la situación. Con el ingreso del segundo gato o gata, la bolsa empieza a ponerse incómoda. Si hay afecto entre ellos, a lo mejor, se acomodan. Pero, si esa no es la situación, el panorama se torna caótico.

Así le pasó, y esto lo sé porque lo vi, al loco del pueblo, Fermín Larrabure. Un día, cansado de decir que los gatos orinaban en los huertos de los cuales salía nuestra comida sin que se diera solución, decidió salir a cazar los gatos y dejarlos, allá, lejos del pueblo. ¿Si es cierto que el alimento estaba meado…? Puede ser, alguna vez, cada tanto, un poco… Pero no era para semejante respuesta.

Así que arrancó un lunes, temprano, a juntar gatos. Invirtió, cosa de facilitar la tarea, en latas de atún. Imaginó que el pollo sería algo casi común para algunos por vivir en el campo, pero el atún, no. Y estaba en lo cierto. El atún hacía que los gatos entraran solos en la bolsa, casi hechizados. Tendría capacidad para siete, ocho gatos, a lo sumo. Una vez adentro, el loco cargaba el saco de felinos en un carrito que le habían prestado, enganchado a su moto.

En un principio, fascinados por el atún y la cantidad que había, los gatos no se quejaban. “¡Tenemos para toda la vida!”, gritó uno de ellos desde adentro. No era así. Tanto agite y descuido provocó que los quince gatos que había ahí apretujados se bañaran en atún. Cuando se acabó el suelto, empezaron a comer de los cuerpos ajenos.

De un momento a otro, la bolsa se volvió un torbellino de animales apresados en medio de ataques de pánico, sin saber si salir del lugar o matar a los otros gatos, ahora enemigos. Y ni hablar de Fermín. Metió mano como para calmarlos. Se cortó mucho. Luego, les echó agua. Peor. Terminó por arrojarlos, aún empeorando sus lastimaduras, al río.

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