Después de que el Deportivo Serrano le ganara a su rival Puerto Salado en un partido chivo, en el que los jugadores se lanzaban a trabar con la cabeza, por un magro y dificultoso uno a cero, el Pipa Parodi, autor del gol, no pudo salir a festejar la noche entera como hubiera querido. En cambio, pasó la noche borracho, pero triste, tirado en su casa, con apenas dos amigos que le aguantaron el mal trago.
Es cierto que el partido no era más que un clásico regional de la liga amateur de fútbol. Para algunos, quizás, una pavada. Para el Pipa, no. Él tenía diecinueve. Todavía podía dar un salto al equipo de su provincia que competía en la segunda categoría, hoy llamada Primera Nacional. Si una vez había ido al pueblo un tipo a verlo jugar. O eso le habían dicho.
Y la gente de la zona se enteraba. Para el Pipa no era lo mismo recibir felicitaciones el lunes que no recibirlas. A veces, además, hasta ligaba un kilo de milanesas de pollo o un beso de la panadera.
El tema era que el único tipo del pueblo que había alcanzado el fútbol profesional con cierta relevancia, el Loco Rigoletto, había vuelto a dirigir el club que lo había visto nacer: el Deportivo Serrano. Y todas las noticias del equipo tenían que ver más con él que con el mismo juego. Cuando el Loco dijo ante la prensa que el gol había sido una obra maestra de Urrutia, para el Pipa fue un baldazo de agua fría.
—No, no. Ta bien, ta bien —asentía el Pipa, en pedo, enojado e irónico, sentado en el piso de su cocina, iluminada con luz blanca, mientras sus amigos estaban sentados a la mesa—. Si me quiere cagar la carrera le salió perfecto.
—No te quiere cagar la carrera el Loco, boludo, no exagerés —le contestó Damián.
—¿Vos cómo lo viste el gol, a ver? —le pidió explicaciones el Pipa.
—No, bueno… como vos dijiste: saca el arquero, recibe Urrutia que quiere meter un bochazo, pero le pifia a la pelota y, con el chanfle, le llega a Lisandro. Lisandro gambetea a uno por la izquierda, se la toca a Pazos, que casi la pierde. Se da vuelta Pazos y te la da a vos. Ahí agarrás y, sin tocar la pelota dejás a uno atrás, te abrís a la izquierda, tirás un caño para pasar a otro, que se cae. Después, te metiste al área, te acomodaste y sacaste un zapatazo al ángulo.
—¿Y el gol fue “gracias a Urrutia”? —contestó Parodi, al que el alcohol le hacía gesticular fuerte.
—Medio que no la perdió de culo, ¿no? —preguntó Leandro, con intención de bajar la amargura—. Y era gol de los Salados.
—Para mí tiene que agradecer que no lo echaron todavía. Es el primer partido que ganamos en el año. Casi festejamos los empates, boludo —se indignó el Pipa Parodi.
—Y pasa que Urrutia es el amigo, y con lo mal que viene, le debe querer levantar el ánimo. Si es un pelotudo —sugirió, con buen tino, Leandro.
