241. Ponerle fin al patriarcado

9 de agosto de 2024 | Agosto 2024

Raúl estaba emocionado. Ese día, después de muchos años, iba a darle una sorpresa a Karina, su esposa. Algo que ella había pedido durante años sin obtener ninguna respuesta, hasta que ese día, por fin, él se iba a hacer cargo de preparar la cena, cosa de quitarle el peso de una tarea rutinaria que a ella no le causaba ningún placer.

—Kari, como quiero agradecerte por todo lo que hacés, hoy me voy a encargar yo de la cena. Voy a ponerle fin al patriarcado de esta casa con unas ricas empanadas de carne cortada a cuchillo —le había anunciado Raúl con un batidor en la mano.

Cuando llegó el momento de preparar las tapas de empanadas, las cuales Karina había sugerido comprar, pero Raúl, en su obstinación, había decidido hacer, comenzaron los primeros problemas. Le faltaba harina al engrudo que intentaba amasar.

—Pero Raúl, le falta harina a eso —afirmó ella después de que él, ofuscado, puteara desde la cocina como para ser oído.

—Bueno, hacelo vos si sos tan buena. Yo me pongo con el relleno —contestó Raúl de mala manera.

Karina ya había terminado de preparar las tapas, mientras Raúl, con toda la dificultad del mundo, cortaba verduras y carne, susurrando insultos.

—Dame, dame acá que te ayudo —se acercó Karina y tocó las manos de Raúl que, en ese momento, se cortó un dedo y la sangre brotó de él.

—¡Ay, pelotuda! —gritó Raúl, exagerado—. Me cortaste, imbécil —y le dio a Karina una bofetada que le abrió el labio.

Karina bajó la mirada, y se tocó la boca. Después, sin mirarlo y para salir de esa situación, aprovechando que Raúl no volvía a ocuparse de la cocina, agarró el cuchillo y se puso a cortar la carne con una facilidad que hacía a su marido quedar como estúpido.

Una gota de sangre de su labio cayó sobre la carne. Karina hizo de cuenta que nada había pasado; seguía cortando mecánicamente, seria, masticando bronca.

—Se te cayó sangre ahí —acusó Raúl. Ella no dijo nada—. ¿No ves que sos una pelotuda? Se te cayó sangre, Karina —repitió, más fuerte.

—Es lo mismo —contestó ella sin hacer caso.

—Bueh, metete la carne en el culo. Yo no voy a comer esas empanadas de mierda, voy a pedir a la pizzería —dijo Raúl, y salió de la cocina.

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