El ministro Luciano Steverlynck se rascaba la pelada apenas centímetros dentro de la línea donde comenzaba el cuero cabelludo años atrás. Solía hacerlo en situaciones que le daban nervios que, a juzgar por el tinte rojo de su piel en ese punto de rascado, se repetían bastante en el último tiempo. El cargo nuevo en el gobierno le generaba ciertas discusiones y enfrentamientos con sus pares para conseguir que sus propuestas se aprobaran.
Una propuesta suya, que iba en consonancia con las ideas del presidente, era la llamada “nueva calibración de perfiles de contratación”. Un nombre ampuloso para, básicamente, elegir personas idóneas para distintos cargos del gobierno. De cara a cubrir vacantes en la Secretaría de Calidad en Salud, del Ministerio de Salud, Steverlynck decidió encargarse él mismo de la selección de personal.
—Acá tengo una lista de las personas que preseleccioné —le anunció Dora, su secretaria, en la oficina.
—Ah, hiciste la preselección como te pedí, muy bien —contestó Steverlynck, que jamás le había pedido eso a su secretaria, pero tampoco quería darle el crédito de haberlo hecho.
—¿Hago pasar a la primera? —sugirió Dora y el ministro asintió.
Entró una joven de treinta y pocos años que se sentó y entregó una copia de su currículum al ministro.
—Doctora Robles, doctora Robles… Acá veo que sos médica, licenciada en recursos humanos, con doctorados y posdoctorados en universidades de todo el mundo —el ministro cerró la frase con una mueca de lástima—. Me parece que estás sobrecalificada para este trabajo. Lo lamento mucho.
Una vez que la joven estuvo afuera, le indicó a Dora que quería alguien menos formado, que el trabajo no exigía tanto.
El segundo en pasar, entonces, era un señor de unos cincuenta y cuatro años, obrero de fábrica recientemente desocupado.
—A ver, señor González… —Steverlynck hojeó el currículum—. ¿No tiene terminado el secundario y siempre trabajó en fábrica? Esto no es para usted, la verdad. Estamos apuntando a alguien que tenga alguna capacidad… —y dejó la frase inconclusa—. Lo lamento tantísimo —y sonrió mientras el señor se retiraba.
Ya algo ofuscado, convocó a Dora y le dijo que, si no mandaba a la persona correcta, dejarían el puesto vacante, sin tanta historia. Dora le rogó que no hiciera eso, que tenía a la persona medianamente calificada necesaria.
Hizo pasar a un abogado de cuarenta años, con experiencia en el Estado y formado en fundaciones que respondían a las ideas del ministro.
—No se ponga cómodo —saludó el ministro al candidato al puesto—. Ya le digo que sería el indicado para el cargo. Pero acabo de decidir cerrar la secretaría. Muchas gracias por haber venido —lo despidió al mismo tiempo que se levantaba del escritorio y agarraba una paleta de pádel—. ¡Dora! Me voy dos horas que tengo un partido importante. Después vuelvo.
