237. Vuelta al ruedo

5 de agosto de 2024 | Agosto 2024

Matías no entendía bien, a sus diez años, por qué en la esquina de su casa había dos hombres vestidos de verde con armas largas y un auto que parecía viejo. Tenían un aspecto demasiado duro y serio, y una postura constante de estar a punto de accionar sus armas. El barrio ya los conocía desde la noche en que habían reventado una casa de familia con una causa falsa de narcotráfico para quedarse con una suma importante de dinero que la familia había juntado.

Matías les tenía miedo y los miraba desde atrás de la ventana, escondido para que no lo vieran a él durante su espionaje.

—¿Te estás escondiendo de los soldados, Mati? —preguntó Soledad, su madre, con una sonrisa por la ternura que le causaba ver así a su hijo.

Matías asintió, siempre con cuidado de no exponerse a la vista de los militares.

—Pero, por favor, nene. No te van a hacer nada. Si te portás bien, no te van a hacer nada —repitió marcando con el dedo índice la lección.

Matías, entonces, salió a la calle. Paso a paso fue perdiendo la timidez hasta que llegó a pararse al lado de uno de los soldados. El soldado bajó la mirada hasta llegar a Matías y, después, miró a su alrededor. No había casi nadie. Le dio una cachetada que sentó de culo a Matías. Con lágrimas que surcaban su rostro, volvió corriendo a su casa.

Al día siguiente, Matías quería ir a jugar con sus amigos en la canchita del barrio, pero no quería pasar por el costado de ese mismo soldado y su compañero, a los que ahora veía como bestias.

—Si te hacen algo, seguramente es porque vos antes hiciste algo malo que los provocó. Portate bien, y no te van a hacer nada —repitió el sermón Soledad, que no le creía a Matías nada de lo que había contado el día anterior.

Matías, más atemorizado que nunca, salió de su casa. Con su espalda pegada a la puerta de su casa, miró a los soldados. El que le había pegado el día anterior sonrió macabro cuando lo vio. Matías empezó a caminar hacia la casa de su amigo Kevin, pero apenas dio un par de pasos y sintió que lo tironeaban de un brazo.

Era el otro soldado, que empezó a meterle las manos en los bolsillos y le sacó un billete de doscientos pesos que Matías iba a poner para comprar una gaseosa con sus amigos después del partido.

—Es mío — Matías se animó a defenderse con una voz apenas audible.

El soldado miró a los costados y, como no había nadie, le propinó al niño la segunda cachetada, sentándolo de culo en un charco sucio.

Matías, una vez más, volvió llorando a su casa, a esconderse.    

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