Ricardo entró en la habitación de su hijo Lisandro sin golpear la puerta, fingiendo una desesperación incontenible y un llanto que, de haber sido real, Lisandro lo hubiera escuchado antes de su ingreso intempestivo. Ricardo exhibía en su mano izquierda un pedazo de bolsa de nylon con restos de cocaína, que había encontrado en el baño de la casa.
—¿Qué carajo es esto, hijo? ¿Seguís consumiendo? —la preocupación de Ricardo era muy mal actuada.
—¿De dónde sacaste eso? —preguntó Lisandro, sentado frente a su computadora, como para ganar tiempo.
—Estaba en el piso del baño. Ya te dije que no quiero que sigas con esto, y menos en esta casa, que acá nadie quiere verte haciéndote daño a vos mismo. Ya te lo dijimos varias veces que tenés que dejar de hacer estas cosas, de juntarte con esa gente que te juntás ahora.
—Son mis amigos de siempre, papá —contestó Lisandro.
—No es verdad. Desde que sos un youtuber exitoso estás todo el día con gente que… malas influencias, eso son —y levantó nuevamente el papel de cocaína para mostrárselo—. Yo entiendo que ahora ganás un montón de plata, que sos joven y el éxito te muestra otra realidad, pero no podés seguir así…
—Basta, papá, no entendés nada. No me rompas las pelotas. No hago nada malo —se defendió Lisandro.
—¿Vos qué te creés? ¿Que después de que te mate la cocaína… qué? Esta gente quiere que te mueras para llevarte todas tus cosas, Lisandro —Ricardo gritaba su verdad con el torso inclinado hacia adelante y la cara a la misma altura que la de su hijo.
—¿Qué cosas, viejo? ¿Qué decís? —Lisandro puso cara de asco.
—Mirá esto, tu computadora, tus aparatos, todas estas luces raras que tenés… Todo esto quieren. ¿Quién se lo queda si te morís? Ellos se lo quedan, y nosotros, nada.
—Nada que ver, no digas boludeces —Lisandro volvió a mirar al monitor y se disponía a ignorar a Ricardo.
—¿Vos te pensás que no saben tus datos bancarios? ¿Qué no saben toda la plata y el éxito que tenés? Te quieren cagar y después se hacen una fiesta con todo lo tuyo en cuanto te mueras —Ricardo exageraba gesticulaciones sin sentido con su mano izquierda y la bolsita de cocaína—. Cuando vivís, te viven; cuando morís, te siguen viviendo.
Lisandro se quedó en silencio y no volvió a mirar a Ricardo, que se quedó quieto por primera vez durante dos segundos.
—¿Sabés qué? Voy a iniciar un pedido en la justicia para administrar tu dinero yo. No puede ser que así, falopeado como estás, tengas toda esa guita guardada en el banco y hagas cualquier cosa. Te aviso que voy a dar notas en los canales para explicar esta situación —y, justo antes de cerrar la puerta detrás suyo, se le escuchó murmurar: — …ya vamos a ver quién tiene más éxito.
