Eso que dicen todo el tiempo de bulín no es que empezó ayer. Nomás que ahora le dicen en inglés y… no significa lo mismo, en realidad. Los tiempos cambian y también los significados de las palabras. Como el otro día que lo escuché a mi sobrino decir que estaba “manija” y yo contesté que entonces yo estaba puerta, que con el frío que hacía en el campo no me podía ni mover…
Como decía, esto del bulín no es de ahora. Cuando yo era chico, allá en mi pueblo había una tradición: el Baile de Potrillos, siempre en el club. Era un evento para la juventud. Desde chiquitos que iban hasta… veinte años, una cosa así, el que más tenía. Y algunos padres que estaban por ahí también para controlar que no hubiera ninguna bebida inapropiada, porque siempre alguien le robaba de la alacena al padre algo para tomar y se escondía con los amigos.
Y los niños a veces pueden ser muy crueles la verdad. Se habla de la pureza de la infancia y es verdad: son pura maldad.
En el setenta y dos yo tenía diecisiete años. Al Baile de Potrillos de ese año fui con Teresa, mi esposa, cuando recién empezábamos. Y la hermana menor de ella, Emilce, que era gurisa, tendría… catorce, quince, y le seguía los pasos a la Jacinta, que era más mala que las víboras.
Como el pueblo era chico, había escasez de hembras. Por eso la Jacinta se destacaba y tenía varios pretendientes. Entre ellos, el Mudo Salerno, que tenía buena mano para la doma pero mejor para la pintura. Así de nacimiento le salía. Pintaba con carbón de leña y ceniza y le salía un paisaje de mil colores. Una cosa de locos.
El Mudo había intentado enamorarla a la Jacinta y ella, mala como era, lo tuvo meses comiendo de la mano, le pedía la tierra y el cielo, el sol y la luna, y él le daba todo. Pero ella, nada.
Cuando llegó el Baile de Potrillos, el Mudo le dijo que quería decir que era su novia. Se había imaginado la película entera: ellos dos en el medio de la pista, riéndose y bailando, como para que todos los vieran. Y ella le dijo que no.
El Mudo quedó que hervía de enojo, y le preparó una sorpresa. Pegó en la entrada del club un cartel que decía “yeguas por la derecha”, y dibujó la cara de la Jacinta y la Emilce. Igualitas las dos. Emilce se fue llorando, y Jacinta se quedó todo el baile en un costado, rabiosa.
De ahí en más, a la Jacinta le quedó “la yegua” de nombre. Todos los gurises, con su maldad pura, le decían así y le relinchaban. Si se cortaba el pelo le decían que se había esquilado la crin. Cosas así. Al final se terminó mudando del pueblo, curiosamente, al que está a la derecha en el mapa.
