232. Paciencia

31 de julio de 2024 | Julio 2024

A Eugenio Corrales Álzaga le ponía los pelos de punta ese ruido leve, chirriante e intermitente que hacía su Porsche. Lo hacía en momentos inesperados, sin ningún tipo de conexión entre sí. Podía suceder en la autopista a la más alta velocidad, o apenas arrancado mientras salía de su cochera. Él, que no sabía de autos, se enojaba y le pegaba al volante como si de esa manera fuera a dejar de hacerlo.

Cansado de pegarle, o de levantar el capó y mirar, como perdido, las distintas partes del coche, decidió llevarlo al mecánico. Como no tenía uno de confianza, lo llevó al de Orlando Paredes, al que encontró en redes y parecía saber bastante del tema.

Ni bien lo dejó, Orlando le dijo que sería cuestión de un mes, con las excusas de la carga de trabajo que tenía y que había que desarmar todo el tren delantero hasta alcanzar una bieleta escondida, que solamente los Porsche tenían, claro. Previo pago de un generoso anticipo, Eugenio se fue conforme y con la sensación de estar en buenas manos.

Antes de que finalizara el mes, Eugenio llamó al taller para consultar por su auto. Le dijeron que todavía faltaba un tiempo, que lo estaban desarmando pero que no sería mucho más. La respuesta lo convenció.

Cuando se cumplió el mes y una semana, Eugenio estaba enojado de tanta espera. Le parecía una eternidad. Entonces, decidió presentarse en el taller. Lo primero que hizo, mientras esperaba que lo atendieran, fue buscar el auto con su mirada, pero no podía encontrarlo.

—¿Dónde está mi Porsche? —preguntó engrosando la voz cuando vio al mecánico.

—Ah, buen día —le sonrió Orlando—. Sí, lo tenemos acá, en el garage de la otra cuadra, porque bueno… es difícil, lo vamos trabajando y vamos probando —mintió. Lo tenía en su casa porque quería impresionar a una panadera que intentaba cortejar—. Ya lo mejoramos, pero todavía sigue haciendo. Así, un chiquitín nomás hace “tiiii” —achinó los ojos y levantó la mano con el índice y el pulgar derecho como si sostuvieran una nuez imaginaria.

—Me dijiste un mes, ya tendría que estar listo.

—Sí, bueno, pero con cómo son hoy los tiempos… Además, los repuestos son difíciles de conseguir —Orlando abrió las palmas al techo.

—Si no, dámelo que me lo llevo ahora.

—¿Ahora? No, justo que está cerrado el garage hoy.

—No me lo estarás usando vos, ¿no? —Eugenio siempre tenía ese temor.

—¿Yo? —Orlando encogió los hombros y se apuntó el pecho con una mano—. ¿Para qué lo quiero? No, ni ahí. Si el coche es tuyo. Yo te lo quiero devolver como corresponde. No —se rio—. Si vos supieras los coches que vienen acá… No, ¿usarlo yo? Ni siquiera sabría qué hacer con eso. Olvidate, es tuyo, tuyo.

—Si en una semana no está, tiro abajo todo tu taller mecánico —amenazó Eugenio y se fue.

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