229. Bienvenido el vino

26 de julio de 2024 | Julio 2024

Hasta que se pudrió todo, vivíamos en comunidad. Teníamos un predio importante y habíamos levantado un lindo lugar para disfrutar de la vida, la naturaleza y los paisajes. Y la joda, por supuesto. La cosa se armó desde cero y, poco a poco, íbamos invirtiendo para mejorar y hacer crecer lo que ya teníamos. Trabajábamos ahí y también afuera: salíamos a vender lo que producíamos en la huerta y también algunas artesanías o cosas que encontrábamos. Y algunos tenían trabajo formal, o casi.

La comunidad creció hasta que en un momento se hacía difícil juntarnos todos en asamblea. Ese método quedó para las cosas importantes, pero del chiquitaje, del día a día, se encargaba una comisión administrativa que votábamos.

Era otra vida. Y éramos felices. Claro que también había diferencias. Sobre todo, respecto de cómo administrar lo que teníamos y de cómo manejar lo que ganábamos. Y más aún cuando se empezó a complicar la cosa. Que ya no vendíamos tanto, o no nos alcanzaba.

Ahí surgió un grupo muy importante, el liderado por Raúl, que decía que había que sacar un préstamo para cubrir los problemas de las cuentas que no cerraban. Convenció a casi la mitad. La otra mitad decía que, en todo caso, había que ir ajustando los números, pero sin endeudarse. O no tanto.

Y ganó la posición de Raúl, que empezó a dirigir la comisión administrativa. Lo más importante de su gestión fue sacar ese préstamo. Una fortuna. Después, cuando consiguieron el crédito, los de la comisión nos cagaron a todos y se fueron con la guita.

Entonces se hizo cuesta arriba la cosa. Porque ahora teníamos que devolver esa plata además de subsistir. Yo decía que la tenían que devolver los que se la habían llevado, pero no tuve apoyo.

Ahí surgió el grupo de Emilio. Lo que él proponía era pagar la deuda a costa de vivir con lo menos posible. Ir juntando de a poquito hasta que llegara el día en que estuviera cancelada. Y, mientras tanto, cortar la fiesta. No vivíamos de joda, pero que tomábamos vino, tomábamos. Para la felicidad del alma, nomás. La cosa sana. Cuando ganó para dirigir la comisión yo me quise matar. Pero no quedaba otra alternativa. Era aguantar o irme como hicieron otros…

Como no se compraba más vino, los humores de todos también cambiaban un poco. La falta de alegrías en el espíritu provoca terremotos en la conciencia. Podrán sacarme la plata, pero el vino…

Emilio venía y nos arengaba diciendo que veníamos bien, que estábamos pagando y acomodando todo, y agregaba que era más sano así, que el alcohol fija las grasas y no sé qué gilada más. Si es por mí, que me las fije. Bienvenido el vino.

Hasta que, una noche, serían las dos, tres de la mañana, yo estaba despierto, mirando la luna, y veo que llega Emilio, tambaleándose. Me acerco a saludarlo y tenía los labios morados de chupar vino. Lo increpé. “Vamos que te convido”, contestó el cagón. Yo estaba con una bronca que me lo comía crudo. Nos agarramos a las trompadas limpias y se despertó toda la comunidad. Esa noche terminó todo, los buenos nos fuimos y lo dejamos solo a Emilio con los suyos, con el quilombo a cuestas. Compramos unas damajuanas y un poco aflojó la bronca.

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