226. Robo para la corona

25 de julio de 2024 | Julio 2024

Las subastas de bienes utilizados para cometer delitos se realizaban desde hacía bastante tiempo. Pero fue gracias a la difusión del gobierno que mucha gente tomó conocimiento de que esto sucedía. El anuncio de que lo subastado volvería a las arcas del Estado se convirtió en un gran aliciente para quienes querían colaborar de alguna manera a cubrir los gastos corrientes o cancelar la deuda externa.

Ese fue el caso de Liborio Echeverría, un hombre del pueblo de Rawson, partido de Chacabuco, en la Provincia de Buenos Aires. Chacarero, nacido y criado en el campo, era un tipo de trabajo que había votado al gobierno con la esperanza de un cambio en el que la economía se estabilizara y se terminara una corrupción que conocía nada más que a través de las noticias.

Ni bien se enteró, Liborio pensó en una buena víctima: el estanciero Rosendo Hernández Unzué, el hombre más rico de la zona. Liborio había conocido su mansión, escondida en medio de una arbolada, una tarde en que le había comprado una máquina vieja.

Recordaba que tenía muchas obras de arte, lámparas, mesas, todo con un nivel de detalles que destacaban su lujo. Entre esos, notó un cuadro particular que estaba protegido e iluminado como si se encontrara en un museo. Liborio se había quedado mirándolo y Rosendo le dijo que lo había adquirido por medio millón de dólares.

Liborio se organizó con algunos habitantes del pueblo y otros chacareros de su zona. Mediante contactos lograron incorporar al personal de la estancia y hacerlos parte de un plan de robo de objetos de valor durante una noche en que la familia estuviera de viaje.

Apenas un mes más tarde, Liborio y sus secuaces saqueaban esculturas, pinturas, joyas y hasta la vajilla de la estancia. Todo lo que cupiera en sus bolsas de arpillera. Dos horas más tarde, la casa de Liborio parecía el taller de un artista.

Al día siguiente, llamó a la comisaría y avisó que había cometido un delito, que tenía buenas pertenencias para entregar, pero que lo haría con la condición de que se subastara y el destino de los fondos fuera a educación y trabajo. Sabía, también, que tendría años de cárcel a pagar por eso. Y advirtió que, de no poder acordar el destino de los fondos, los vendería él mismo y haría luego alguna donación.

Desafortunadamente para él, olvidó impostar la voz, y el policía que atendió creyó reconocerlo. Quedaron en realizar una nueva comunicación a la tarde, pero Liborio no esperaba la traición del policía. Media hora más tarde, tenía en la puerta de su casa dos camionetas de la bonaerense. Los uniformados se metieron en su casa y lo apresaron al ver la riqueza amontonada.

Solamente gracias a su noble intención, que llegó a oídos del juez, y que los policías habían ingresado sin orden de allanamiento, su defensor logró que se dispusiera la nulidad de la causa y que solamente se subastara la camioneta de Liborio, que había servido para transportar lo robado.

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