218. Aduladores

15 de julio de 2024 | Julio 2024

Su asesor parapsicólogo le había recomendado a Arturo Oromendia llevar consigo alguna compañía que le sirviera para los momentos difíciles, alguien que le dijera al oído que todo iba a estar bien. Los ataques de estrés le venían pegando tan fuerte a Arturo, al punto de inventar conceptos económicos en charlas con importantes inversores, que se iban preocupados por lo que podía pasar si seguía con el control de la empresa.

Arturo esperaba ansioso su retiro espiritual, al que se había convocado solamente a un pequeño sector de empresarios importantes, millonarios dedicados a la vagancia y gente destacada del mundo de las finanzas. Antes de partir, tuvo la triste noticia de que su hermana, la persona de más confianza, no podía asistir con él.

Entonces, algo decepcionado, decidió llevar consigo a Tití Rigoni, uno que le seguía de cerca en la línea sucesoria de la empresa. Un adulador de primera, el mejor lamebotas en mucho tiempo.

Rigoni tenía una como ventaja que Arturo podía maltratarlo sin sentir una pizca de remordimiento, casi como si se tratara de una pera de entrenamiento de boxeo. Pero tenía una desventaja importante: carecía de credibilidad de tanto que exageraba sus halagos.

Fue así que, cuando le tocó a Arturo dar un discurso espiritual financiero centrado en los maravillosos consejos económicos que su perro le daba a través de los sueños, Rigoni se encargó de cambiar de lugar en el salón y, cada vez que encontraba un nuevo punto, aplaudía ruidosamente, de modo que, por contagio, alguno que otro lo acompañara.

Cuando Arturo terminó su discurso, los aplausos fueron algo tímidos, y Rigoni se apuró a ofrecer acciones, bonos y bolsas de dólares a varios de la audiencia para que aplaudieran. Logró que algunos se sumaran y dejó una buena imagen.

Pero, después, Arturo dijo no estar convencido de que le hubieran prestado atención. Tenía la luz en contra y no veía bien lo que pasaba entre el público, pero había esperado una ovación que no aparecía.

Entonces, Rigoni sacó su mejor interpretación de los hechos y le aseguró que no podían aplaudir porque, claro, estaban todos llorando de tan conmovedor y emotivo que había sido el discurso. “No puede uno secarse las lágrimas y aplaudir al mismo tiempo”, afirmó.

Arturo, con la habilidad que poseía para tergiversar la realidad en su favor, aseveró también haber notado lágrimas en los ojos de los espectadores, y se felicitó por haber llevado consigo al mejor adulador.

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