217. La envidia no mata

14 de julio de 2024 | Julio 2024

Cuando Sandra se enteró del intento de robo que había sufrido Miguel, su vecino y prestamista, se apuró a pensar en qué decirle cuando lo viera. Después de pensar su discurso y varios escenarios posibles de la conversación que tuvieran, se vistió atractiva, y marchó hacia la casa de Miguel, a la vuelta de la manzana. En el camino tuvo frío. No estaba como para andar mostrando las tetas al aire. “Por suerte son solo dos cuadras”, se consoló con la frase y con la mirada que le clavó un repartidor de gaseosas.

Le abrió la puerta la hija de Miguel, Luana, que se sorprendió al verla, y más aún, por cómo estaba vestida. Sin embargo, y con el visto bueno de su padre, dejó que ella pasara a la habitación.

Miguel estaba acostado en su cama. Tenía un vendaje entre el abdomen y las costillas, algo chico, sin manchas hemáticas. Ni bien entró, Sandra levantó los brazos y con la preocupación en su rostro dijo:

—Ay, Miguel, por favor. Me vine para acá en cuanto me enteré —y se inclinó hacia adelante sobre él—. No llegué ni a cambiarme —mintió, descarada.

—Sí, bueno… por suerte no fue nada.

—No, pero, ¿cómo no fue nada? ¡Te pudieron haber matado! Por el amor de Dios, Miguelito…

—En realidad fue apenas un raspón y fue con un cuchillo sin filo. Me quedo acostado, pero me puedo mover… solo que me dijeron que haga reposo para curarme más rápido, y que me cuide la herida —asintió Miguel, que manoteó una remera de una silla al costado de la cama.

—No, ¡qué cosa! —exageraba Sandra—. Mirá vos si te nos ibas, ¡qué tristeza en el barrio! Encima… y qué vergüenza me da, pero con todo lo que te debo yo…

—Pero eso ya lo hablamos, Sandra. Me lo vas pagando cuando puedas —dijo mientras se ponía la remera.

—Pagarle a tu hija no sería lo mismo… ella no me tiene la paciencia que vos. ¡Te pudieron haber matado! Te hace dar cuenta de que lo único que vamos a dejar es ser buena gente… —sermoneó Sandra.

—Sí, bueno. Yo algo…

—Pero por favor, por supuesto que vos a mí me ayudas muchísimo —interrumpió Sandra y volvió a inclinar sus tetas a los ojos de Miguel—. Y, justo de eso quería hablar, a ver si no podías prestarme un poco más, porque… bueno, pero no es momento. Ahora lo importante es que te pongas bien. Cualquier cosa, si vos me das el okey, yo hablo con tu hija, le digo que me prestás y que me lo alcance ella, vos no te preocupes ahora.

—Ahora no tengo para prestarte, Sandra. A lo mejor si pasás en unos días.

—Qué lástima lo que te pasó, Miguel, te deben haber sacado todo, te habrán dejado pelado. Es que estos negros son así, ¿viste? Ven nuestro éxito y les da una envidia que los pone… violentos. No pueden vernos triunfar.

—Sí… —dudó Miguel—. En realidad, yo creo que estaba medio tocado, nomás.

—Y sí, encima de envidiosos, están locos… Bueno, Miguel, me alegro que estés vivo —e hizo una última exhibición de busto al postrado—. Yo después hablo con tu hija por el tema de la plata, vos concentrate en mejorarte nada más. Chau —y le dio un beso en el cachete.

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