A Daniel Pacini se le notaban los nervios. Más aún, cuando repetía sus exhalaciones de ensordecedores soplidos después de llenarse los pulmones. Según él, le ayudaban a tranquilizarse, aunque de tanto repetirlas parecía que no tenían efecto. Era la primera vez que expondría frente al directorio de la empresa, donde le habían dado la posibilidad de quedar como asesor financiero después de haber tenido cargos inferiores.
En cuanto lo hicieron pasar a la oficina empezó a transpirar. Estaba prendida la calefacción ahí; no parecía existir el frío helado al otro lado del vidrio. Casi una treintena de ojos lo observaban, expectantes. Después de saludar con un timbre de voz imperceptible, empezó su exposición:
—Bue… bueno. La idea que vengo a proponerles, básicamente, es recuperar el salario. Ahora vamos a los números, pero…
—¿El salario? —preguntó Ferrero, uno de los más importantes ejecutivos—. A nosotros no nos importan los salarios, nos importan las ganancias de la empresa.
—Exactamente. ¿No están cansados de ver siempre subir el número de la masa de salarios y cargas sociales? —preguntó Daniel y se sacó el saco, dejando ver que en sus axilas empezaban a crecer areolas de sudor—. Al día de hoy son unos seiscientos cuarenta millones de pesos mensuales. Una fortuna. Mi propuesta es reducir ese monto a la mitad —señaló, en un gráfico detrás suyo, una columna que decía “salarios”.
—¿Cómo? —preguntó Amuchástegui, otro de los importantes.
—Igual que como lo hace el Estado: recuperar los salarios, lo que nos están robando, básicamente —contestó Pacini y cuando vio que alguno que otro reaccionaba con algo parecido a la felicidad, se soltó—. Estos negros que nos cuestan un huevo, ¿o no? —dijo en tono jocoso.
Algunos directivos se rieron. A otros no les gustó cómo lo dijo.
—Bueno, entonces, supongamos —volvió a hablar Ferrero—, los despedimos, ¿y después qué? ¿Cómo pagamos las indemnizaciones? ¿Cómo sigue la producción?
—Yo me adelanté un poco a esto —Pacini estaba a nada de sentirse parte de la mesa del directorio—. Tengo una lista de los que peor trabajan o que son más prescindibles. Para cubrir el faltante productivo, agregamos una hora más de trabajo a cada empelado de modo que la producción no caiga más de diez por ciento. Además, acomodamos el precio siempre medio punto por encima de la inflación, y lo que ahorramos lo invertimos afuera en mercados que paguen buenos intereses.
Pacini repartió algunos papeles con los datos entre el directorio. Hubo silencio durante los tres minutos que se dedicaron a estudiar la propuesta.
—Muy bien, Pacini —Ferrero levantó la mirada hacia él—. Gracias por su propuesta, la vamos a analizar. Lo único que quisiera recordarle, que tal vez no está teniendo en cuenta, es que usted también, Pacini, tiene un salario que podríamos querer recuperar —y sonrió.

