La primera vez que lo pensó, del Moro creyó que había perdido la razón. Esas ideas locas que salen ante la desesperación de quedarse sin laburo porque se terminaba el programa… Después se acordaba de que no tenía problemas económicos y ahí se le pasaba esa angustia existencial. Se metía en la pileta a nadar un rato para relajarse. No conducir el programa era casi un premio en sí mismo. Incluso para que el público.
Pero la idea volvía. ¿Podía mudarse a la Casa Rosada? Era todo como en Gran Hermano: participantes expulsados cada semana, internas, gente al pedo, desorden, camarillas y hasta participantes de ediciones anteriores que volvían al juego.
Es cierto que, en este caso, el método de expulsión de los participantes sucedía de un segundo al otro, sin ningún tipo de orden ni esquema. Además, no era la gente, todavía, la que decidía quién se iba de la Casa.
A del Moro, estar en la pileta climatizada solamente le hacía perfeccionar la idea. Lo sentía como una si fuerza vigorosa corriera por sus músculos. ¡Y cuánto podía cobrar! Con llevarse el dos porciento de lo que se recaudara, le alcanzaba para salvar a sus tataranietos de por vida, incluso, de una guerra nuclear o del impacto de un meteorito.
Las objeciones, a lo sumo, estarían en la cuestión política… pero a un gobierno que necesita plata y no quiere tocarle el culo a nadie importante, nada puede caerle mejor que lucrar con los votos del pueblo. Elecciones casi semanales que, en lugar de generar gasto, traían solamente recaudación.
El presidente, para no perder la manija, podía quedarse con el derecho a nominar. Y si el resultado no era el esperado… bueno, un fraude en algo así no era tan escandaloso como en una elección presidencial.
Una mañana, del Moro salió de la pileta y, dos horas más tarde, tenía el proyecto armado en la computadora. Lo mandó a un productor y consiguió una audiencia con el presidente. Se sorprendió por tener la confirmación esa misma tarde. Lo habían convocado para el día siguiente.
En el salón donde lo hicieron pasar no había nadie más que el presidente y una colaboradora cercana. Después de que del Moro presentara su idea, el presidente cuchicheó un instante y compartió unas risas cómplices y burlonas con su acompañante, inaudibles a lo lejos. Con una sonrisa enorme, se dirigió a del Moro:
—Tengo pensada tu primera gala de eliminación… como para que tenga un comienzo estruendoso. Quiero que se pueda votar Caputo al 9009.
Y se rio.
