212. A nadie le importa

9 de julio de 2024 | Julio 2024

Hacía un frío que picaba, que no dejaba a ninguno quedarse quieto. Para el partido sirvió, de alguna manera los obligó a correr a todos. Salvo al arquero, claro. De los demás, todos metieron como si cada pelota estuviera a su alcance. Gracias a ese empuje ganaron cuatro a uno. Atacaban diez y defendían diez, algo nunca visto en el equipo. Pero, después del partido, cuando comían al sol festejando la victoria, aparecieron los dolores de los músculos ya enfriados y de los golpes.

La felicidad del encuentro y el partidazo se empezaba a congelar en el pasado y se transformaba en quejas de dolor y de frío. Todos comían apurados. Alguno que otro castañeó los dientes sin querer y se apuró a disimular.

En ese momento, Lucas le recordó a los demás que tenían planeado un asado para el feriado con motivo de su cumpleaños. Ya lo había avisado en el grupo de chat, donde algunos confirmaron que no podían y otros la jugaron de difíciles de convencer mientras hablaban en chats paralelos para ver quiénes irían.

—Dale, Lucas, yo estoy —contestó Ariel—. Pero solo si va tu hermana.

—Eh, atrevido —contestó Lucas y le pegó una piña en el hombro.

—No, que hace frío —se quejó Ariel con una sonrisa dolorosa.

—Uh, boludo, yo justo este feriado no puedo. Arreglé… —empezó a contestar Tomás, con una sonrisa, hasta que lo interrumpieron.

—Dale, yo voy. Llevo unos vinos que me trajo mi viejo de Mendoza. No sabés lo que son, una locura —exageró Lautaro mientras negaba con la cabeza.

—Los del chino también son de Mendoza, Lauti —corrigió Mateo—. ¿A qué hora era? Yo capaz que llego medio justo porque la noche la paso en lo de mi novia.

—Dale, tranqui, Mato —contestó Lucas—. Con que llegues antes de la una, estamos bien. Después ya va a ser muy difícil llegar hasta la puerta porque el camino se pone en zigzag.

—Yo justo ese día no estoy, Luquitas, me vas a tener que disculpar —insistió Tomás con la emoción de querer contar su plan—. No saben la que voy a hacer, me voy con…

—Tranqui, boludo, no pasa nada —contestó Lucas—. Si no podés, no podés. Otra vez será, Tomi.

—Sí, pasa que justo con mi novia decidimos que…

—¿De qué hablan? ¿Del asado? —interrumpió Maxi, que volvía del baño—. Yo estoy, Lucas. Lo que sí, el regalo es mi presencia, eh. Que no tengo un mango.

—Sí, tranca, Maxi. Igual, eso sí, todos traigan algo para tomar o picar antes. Yo pongo la carne y el pan —Lucas levantó las manos a la altura de los hombros como si intentara que no le cobren una falta.

—Che, qué frío que hace, vieja. Sigamos hablando en el grupo y listo —sugirió Dante.

—Sí, mal, boludo. Ya fue, vamos —contestó Mateo y todos juntaron sus cosas antes de encarar a la salida. Tomás abrió la boca como para hacerse notar. Un segundo después, la cerró y bajó la mirada. Agarró el bolso y empezó a caminar detrás del grupo.

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